A propósito de una entrega anterior, un amigo me comenta que “para que una caravana salga adelante muchas desisten. De la cantidad nace la calidad, decía Goethe. Es decir, que a muchos les va a tocar encerrarse en el garaje y perder tiempo y vida. Bueno, no se pierde tiempo y vida, pero no se es Steve Jobs. Pero es importante: alguien tiene que no-ser-steve-jobs. Es una función esencial.” Y tiene razón.
Se requieren muchos emprendedores “fracasados” para conseguir un triunfador. La vida no recuerda a esa masa inicial de gente que arriesga todo (lo que tiene y lo que no) y no consigue sus propósitos. Y no me refiero a los que dicen que harían algo grande si las cosas fueran de otro modo. La gente vaga (o cobarde) de los condicionales ha existido siempre. El hidalgo hambriento del Lazarillo tenía tierras y un palomar que de atenderlos le dieran para sustentarse y aun vivir decorosamente… pero el trabajar, el esfuerzo, no entraban en su planes vitales. La versión actual de este inútil son los “ni, ni”: “no job, no study… no problem.”
Los que se deciden a sacar un sueño son otra especie. Saben que la vida está llena de condiciones, de condicionantes, que limitan nuestras posibilidades. Saben que donde no hay dinero debe intensificarse el trabajo. Y eso ya exige una primera consideración: valorar si se podrá trabajar (uno y sus compañeros de aventura) todo lo que el proyecto requiere en el tiempo que me dan. Y si la grandiosidad del proyecto y la perentoriedad del plazo son incompatibles habrá que definir bien qué es lo que puedo hacer bien en ese tiempo y con mis actuales recursos. Esa capacidad da la primera medida de realismo de un emprendedor.
Un profesor de proyectos de arquitectura exigía, como primer trabajo, que le proyectaran la caseta del perro del Monasterio de El Escorial. Algo asequible y útil. No una maqueta inhabitable que recogiera un delirio de novato. Y lo del habitáculo canino tenía su emoción: enterarse de cuántos había y cuál era el mejor sitio para meterlos teniendo en cuenta a qué se dedicaban y dónde vivían quienes los cuidaban… y supongo que unas mil cosas más que ni se me pasan por la cabeza. Algo que pudiera resolver de verdad una necesidad.
Empeñarse en hacer bien, muy bien, ese mínimo producto es otra condición. Que sea mínimo no significa que esté inacabado: todo lo contrario. Ha de terminarse hasta el último detalle asequible. No se debe perdonar ninguna de las perfecciones que quepan. Esa oferta no puede ser un prototipo que no funciona en la vida normal, ha de ser algo comercializable, que solucione algo con eficacia, fácil de manejar, bonito -al menos original de diseño- y fácil de explicar.
Hay mucha gente (sorprende que sean tantos) no solo capaces de hacer esas cosas; sino que realmente las han hecho… pero no han triunfado. Muchos de ellos simplemente se adelantaron. Porque lo más importante de la innovación es que sea oportuna. La innovación que se adelanta a su tiempo (en realidad a su necesidad) no cuaja.
Otros que sí cumplían esos requisitos de oportunidad no supieron vender su aportación… o no quisieron, porque pensaron que la oferta era una burla a su trabajo y al de su equipo. No faltaron quienes solucionaron, sin pretenderlo ni saberlo, un problema a quien se lo compró, aunque no fuera lo que los inventores tenían en la cabeza. En fin: hay mucha gente que no logra superar la etapa del garaje de su casa. Quizá en España innovamos menos quizá por falta de garajes de ese tipo.
De los innovadores que no logran inscribir su nombre en el libro de oro de la historia (que son la inmensa mayoría) unos mantienen sus ideales de rupturistas y llenan sus locales de trabajo de iniciativas que no llegan a cuajar. Otros, apretados por exigencias familiares o cansados, se incorporan al mercado laboral técnicamente más próximo y ponen su talento al servicio de otros. Todos son necesarios. Una sociedad en la que sean muchos los que buscan cumplir sus sueños (y los sueños siempre suponen innovación más aun cuando la creatividad es artística y no técnica o comercial), y trabajen seriamente para ello (con o sin garaje de vivienda unifamiliar), será una sociedad próspera. Al menos estará viva y eso es mucho en los tiempos que corren. En realidad todos vivimos gracias a los innovadores que no han llegado a ser Bill Gates.
Julio Montero es Catedrático de Universidad.
