Cuando el cine clásico era el de John Ford los héroes encontraban, a veces, en su camino por los parajes desiertos que frecuentaban, una carreta de pioneros asaltada. La cámara recogía los tablones quemados y los restos del pobre utillaje doméstico que transportaba… y los cadáveres mas o menos descompuestos. Pero casi siempre las flechas que les habían matado las tenían en la espalda. Lo que acabó con sus vidas no fue lo que tenían delante, sino lo que dejaban detrás.
Y tiene su lógica. Muchos de los que se embarcan en viajes peligrosos huyen de una realidad que compensa ese riesgo. Son profundamente realistas. Se podrá o no estar de acuerdo con la valoración de riesgos que han hecho; pero su balance personal es claro: y se ponen en marcha. Y los peligros para el futuro viajero están primero en su casa, en su barrio, en su ciudad, en su país… solo al final comienzan las dificultades allá donde quería llegar. Y eso si no se detiene antes, agotado, en una etapa previa.
Pero hay quienes se lanzan a otras metas sin que medie necesidad externa perentoria. Sencillamente quieren hacer otra cosa. Algo que no se puede hacer en el lugar y sobre todo, en las circunstancias en las que se mueven habitualmente. Los amigos primordiales de Bill Gates, los verdaderos expertos en informática, podrían haber trabajado con muy buenos sueldos en muchas empresas norteamericanas. Pero decidieron meterse en un garaje, como los de Steve Jobs. Desde luego se lo pasaron fenomenal y ganaron muchísimo mas dinero del que hubieran podido soñar en una buena empresa. Incluso parece que algunos especialistas conocen sus nombres. Pero quienes se han llevado la fama y el dinero en unas proporciones descomunales han sido quienes montaron la expedición.
La innovación suele ser el motivo que pone en marcha las caravanas actuales. Y el empeño por innovar exige siempre abandonar la zona de confort, de tranquilidad, el “futuro seguro”, previsiblemente seguro. Y el organizador de la caravana ha de saber en cada momento qué necesita e incorporarlo. No importa empezar con lo justo: incluso es mejor. Pero el viaje va presentando necesidades que no siempre, casi nunca, pueden resolver los primeros de la aventura. Hay que dejar paso a otros. Con el éxito, alguno de los antiguos, o muchos, se sienten celosos de los nuevos. Incluso se sienten ofendidos por no tener acceso directo al jefe, cuando en los inicios, casi todos los días almorzaban juntos.
Una caravana tiene mas posibilidades de llegar a su destino que una carreta solitaria. Y lo importante es quien la dirija (eso lo sabemos por el cine). Eso enfada mucho a los especialistas que tuvieron sus momentos de gloria a lo largo del trayecto: uno consiguió desatascar a toda la comitiva de unas peligrosas arenas, otro improvisó un combustible para sustituir la falta de leña unos días, el de mas allá avisó de un peligro que se cernía kilómetros adelante y la comitiva lo evitó con un desvío… pero no se puede mantener lo circunstancial como inamovible. No tiene sentido desear mas arena para mantenerse como héroe desatascador. Es una solemne estupidez empeñarse en quemar excremento de bisonte seco cuando ya hay combustible normal. Y no se debe desear que haya muchos peligros más, para que el avisado previsor vuelva a descubrirlos con tiempo y se mantenga en su pedestal de necesario. Esas resistencias pueden acabar con un proyecto, o dificultarlo mucho.
Los de la primera hora han de saber que pasado el tiempo (normalmente años) de la creatividad inicial, de las jornadas de trabajo interminables, del entusiasmo encendido ante los primeros éxitos, han de echar un vistazo atrás. Ver si queda por terminar alguna de sus tareas propias, si terminarla tiene sentido y si es uno quien mejor puede hacerla. Si la respuesta es sí, hay que ponerse al asunto y dejar de llorar por los rincones reivindicando antiguas glorias. Si la respuesta es no, hay que quitarse en medio, pedir la liquidación y pensar en nuevas aventuras… o en descansar en otras cosas; porque al final, nuestros héroes del Oeste cabalgan solos hacia el horizonte, teñidos de rojo, en un inacabable atardecer.
Y el jefe de la caravana debe saber si quedan tareas que puedan hacer bien y encargárselas. Y, siempre, agradecerles su trabajo.
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(*) Catedrático de Universidad.
