El Valle de Tobalina, ubicado en el norte de la provincia de Burgos, se prepara estos días como el resto de comarcas españolas para los próximos comicios autonómicos y locales. El lugar en el que se decidiera instalar hace 40 años la central nuclear de Santa María de Garoña es en la actualidad una comarca con pequeños pueblos que sobreviven a la difícil situación económica y a la despoblación gracias a los beneficios que reciben de la famosa planta atómica. Sus vecinos lo tienen claro. Muchos no saben qué votarán en los próximos comicios, pero ninguna promesa electoral les quita del pensamiento que el cierre puede suponer la desaparición del valle en su totalidad.
La presencia electoral no ha llegado a Quinta Martín Galíndez, la capital del Valle de Tobalina. Nadie ha conseguido pegar carteles con la imagen de los candidatos aunque en las tertulias y en los corrillos no se habla de otra cosa. Los vecinos de esta pequeña localidad son conscientes de que Garoña se ha convertido en una promesa electoral. Pese a que la palabra catástrofe nuclear está en la boca de muchos representantes políticos, la practica totalidad de los habitantes de las localidades cercanas afirman «no tener miedo a nada». «Aquí se vive muy bien. Llevo más de 30 años y nunca hemos tenido miedo de comernos lo que plantamos en la huerta», afirmó Encarna Castillo, vecina de la localidad. Como ella, los habitantes más longevos se ríen cuando se les pregunta si alguna vez han pensado en qué podría producirse una catástrofe nuclear.
Isadi representa el futuro del Valle de Tobalina. Nació hace dos años y ha sido la primera niña en el valle después de 42 años. Su madre, Amaia, no quiere que su hija conviva con la energía nuclear porque entiende que es «peligrosa» y afirma que prefiere vivir sin privilegios económicos y labrar «otro futuro más sostenible».
Entre los privilegios se esfumarían salvaciones económicas para muchas familias como el pago de los libros de texto, de las clases particulares, el comedor escolar y el cheque-regalo que reciben el día de Reyes. A muchos sin embargo, les preocupa más que desaparezcan tales ayudas y sus puestos de trabajo.
A apenas diez kilómetros se encuentra Trespaderne. En ella tampoco se han instalado las banderas de los principales partidos pero en los cafés y en las tiendas de ultramarinos sus vecinos saben que durante estas dos semanas se va a hablar muchas veces de la central de Garoña.
