Cada vez que se anuncian despidos o cierres masivos en una empresa por la implantación de tecnologías novedosas un coro de voces se levanta a protestar y algún columnista se enfurece por el avance imparable de los robots que sustituyen a los humanos. La mano articulada de “Terminator” asoma en nuestra imaginación y los miedos (que no tienen nada de libres, a pesar de lo que dice el refrán) campan durante una temporada por espacios y ciberespacios.
Hace ya años leí en un micro-relato que el dominio total de los robots en la tierra se produjo porque al último hombre (o mujer) se le olvidó desenchufarlos antes de morirse. El dominio de las máquinas se produjo por un “fallo” humano, por una omisión. Lo malo es que antes, según la misma ficción, los sapiens ya casi habían dejado de ser humanos: ni siquiera tenían hijos. Quizá porque ellos vivían ya muchísimos años y los pequeños les molestaban cada vez mas y la seguridad social y las pensiones las pagaban los robots que ya hacían todo, salvo vivir claro. Además, no protestaban. Pero el resultado de la fábula no es una nueva civilización; es una vida maquinal: al seguir conectadas, seguían funcionando. Ya se ve que las máquinas, los robots, se conforman con cualquier tipo de vida y con cualquiera que sea el trabajo que les encargas.
Y si nos traemos el futurible al presente podríamos reflexionar sobre nuestra vida y verificar hasta qué punto se parece a la de un robot bien adiestrado. Lo primero es preguntarse si hacemos un trabajo que pueda desempeñar un robot. Ocurre cuando nuestra actividad laboral es en sí rutinaria; repetitiva; material y maquinal; que simplemente ajusta una respuesta preparada a una relación muy finita de posibilidades; que prohíbe considerar lo excepcional por principio; que se niega a superar la barrera de las preguntas frecuentes; que se conforma con los argumentarios sin entrar a los argumentos… Otra posibilidad es que la actividad profesional se haga intencionalmente como una máquina: el trabajador se cierra de entrada a la creatividad, a pensar para mejorar. Muchos lo expresan de modo simplón: ¡esto es solo un trabajo! Si trabajas como una máquina no debiera extrañarte que te traten como a una máquina y que te tiren o cambien por otra mejor (mas barata es suficiente).
Dedicamos un tercio de nuestra vida adulta a la actividad profesional. No debería ser un paréntesis a nuestra racionalidad, ni a nuestra creatividad. Otra tercera parte lo dedicamos a dormir y los sueños, por muy bonitos que sean, sueños son. Y el tercio restante se lo dividen los transportes, las comidas, las gestiones diversas imprescindibles… y el ocio. Y este pedacito de descanso se suele agotar con entretenimiento pasivo repartido entre diversas cajas tontas que se limitan a ofrecer menús que los robots expertos en “big data” ofrecen a los humanos que quieren dejar de serlo… otro rato más.
Y también es verdad que muchos jefes ayudan a que las cosas sean así, porque no quieren problemas. No desean colaboradores de verdad. El tipo de relación profesional que buscan en sus subordinados es la de esclavitud mas o menos disfrazada. Todo directivo mediocre lleva un capataz dentro, con un enorme potencial (bien demostrado casi siempre) en desmochar el talento a su alrededor acusándolo de prepotencia. En realidad quieren robots. Y los de abajo se conforman porque hay que vivir (del modo más cómodo posible).
Si estas tendencias se confirman, cosa bastante posible, nuestro mundo desembocará en un universo de robots. Tendrá la gran ventaja de que las ideas de limpieza, higiene y seguridad en el trabajo carecerán de sentido ¿qué mas le da a un superordenador que su carcasa tenga grasilla o que haya polvo en el suelo? En realidad eso solo afectaría a las aspiradoras, que la implacable lógica del rendimiento máximo del sistema eliminaría en seguida por superfluas. Y los perfectos algoritmos caerán en la cuenta de que la mayor eficiencia del sistema consiste en dejar sólo un mecanismo que logre el milagro de hacer únicamente lo que necesita para seguir funcionando de manera óptima. Y si esa “inteligencia artificial” es tan inteligente como predicen nuestros profetas, la última máquina, la mas perfecta, acabará por desenchufarse y completar así la tarea que dejó olvidado por despiste el último ser humano. Lo triste es que los sapiens ya vivían como robots desde hacía generaciones… y les gustaba tanto que tuvo que ser un robot el que cerrara el ciclo del suicidio.
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Julio Montero es Catedrático de Universidad.
