Señora directora:
Sócarates, señor, nunca tuvo una escuela, ni con sede física ni sin ella. Platón sí: su Academia era el lugar donde no se podía entrar si no se sabía geometría. Y las escuelas monacales o catedralicias en las que aprendió sus primeras (y segundas) letras Johannes Kepler, p. ej., claro que tenían también su lugar físico.
La situación arcádica que usted describe como la enseñanza en tiempos inmemoriales, quizás solo la hiciera Cristo. Pero en ningún caso ha sido el modo de enseñar ni las primeras letras ni las siguientes.
Dice usted que en época medieval se aprendía “de forma especial a aplicar la enseñanza en el campo de la agricultura, la medicina, el arte, en los gremios o en el buen uso de la espada” (esto último no es un oxímoron?) . Y se atreve inmediatamente después a decir que la Ilustración (¡qué odio visceral sigue suscitando esa combinación de razón, ciencia y compasión!) cambió las cosas para convertir la escuela en algo que “gira en torno a los utensilios productivos”, en el adiestramiento para “servir y ganar”. ¿Habría diferencia entonces con los que usted proclama objetivos medievales?
Dice que desde el siglo XIX el “cole” (¡qué denominación condescendiente!) da más importancia al adiestramiento que al pensamiento, que ya no hay maestros sino (solo ) “profes”. ¿Sabe usted de la existencia de la Institución Libre de Enseñanza? Lea algo sobre ella y sus métodos (peripatéticos) que parece usted añora. O sobre la Universidad Popular Segoviana, con sus paseos y excursiones, o sobre las Misiones Pedagógicas en las que nuestra provincia fue pionera.
Pero, por suerte, según usted surgen después “asociaciones e instituciones de enseñanza” en las que, al parecer nadie adiestra a nadie y se educa como en las escuelas monacales y catedralicias del Medievo. Muchos de nosotros, ya bastante mayores, hemos pasado por ese tipo de instituciones y hemos conocido de primera mano lo que es “adiestrar” en creencias, no en razones, en dogmas y no en apertura intelectual, en sometimiento y no en el predominio del diálogo y el debate.
El tono, no sabemos bien si populista o anarquizante de algunas de sus afirmaciones (“el estado ha ido creando una situación en la que interesa qua se ponga en funcionamiento el “donde todos piensan igual, nadie piensa”) no deja de sorprendernos, más viniendo de un miembro destacado de la iglesia católica, en cuyas catequesis (y casi todos nosotros hemos pasado por ello) se ponía el mayor énfasis precisamente en eso, en no pensar.
Dice que la denominación de “escuela pública” es demagógica, que cabalmente debería denominarse “escuela estatal”, con lo que pretende dotar a aquella de una carga de ideología y dirigismo. ¿lo dice usted honestamente, de verdad?. Sospechamos que con este artículo habrá usted enfadado a muchos, muchos, profesores de enseñanzas infantiles, primarias y secundarias, que convencida y honestamente, en la medida de sus posibilidades, contribuyen cada día a extender el conocimiento, la formación, la cultura y la formación a todas las capas sociales, lo que en nuestra opinión, es lo que necesita una sociedad si quiere se equitativa, libre y justa.
Una vida buena, decía Bertrand Russell, es la que está inspirada en el amor (empatía, comprensión, compasión) y dirigida por el conocimiento (la razón, el diálogo,…) y eso es lo que sería el fundamento también de una sociedad acogedora y buena.
Muchos de nosotros también hemos sido profesores. Y eso es lo que hemos pretendido hacer: que los discentes aspiraran a la virtud (entendida como los griegos, en el sentido de excelencia, de hacer bien, lo mejor que sean capaces, aquello que, sea lo que fuere, les toque hacer.
Y también hacer prender en sus mentes y corazones la llama de la honestidad, la justicia, la generosidad, la solidaridad y el compromiso con los más débiles… la tolerancia.
Pero también y al mismo tiempo que también que prenda en ellos la llama de la intolerancia, incluso beligerancia, con la violencia contra los débiles, contra las mujeres, mejor, con todo tipo de violencia; intolerancia ante la corrupción, las discriminaciones, la homofobia, el racismo; intolerancia ante la injusticia, la opresión, la xenofobia, los fundamentalismos sean del tipo o categoría que sean…
Todo eso es lo que cientos, miles de profesores de la Enseñanza Pública hemos pretendido y pretenden. Debe usted saberlo.
COLECTIVO “A PROPÓSITO”