La mayoría de las iglesias románicas, lejos de ser edificios construidos tosca y groseramente, son obras de arquitectura minuciosamente elaboradas por unos maestros que dominaban a la perfección su oficio, sabiendo ajustarse milimétricamente al proyecto de cada obra para conseguir el efecto deseado, que en algunos casos podía ser de tipo luminoso.
Tal idea es constatable cada 15 de agosto en el santuario de la Virgen de la Peña, en Sepúlveda. Partiendo de que, como marcaba la tradición, el templo fue orientado hacia el este, por donde sale el sol, al atardecer de ese día, cuando el astro rey declina por el oeste, ocurre un hecho luminoso singular, muy seguido por los sepulvedanos.
La luz penetra en el templo por un vano situado en la fachada trasera del santuario, creando en su interior un ambiente místico cuyo momento culmen se produce entre las 19,45 y las 20,00 horas, cuando el haz de rayos enfoca directamente a la Virgen de la Peña y la amplia gama cromática de la vidriera se refleja en el rostro de la imagen, dotándola de una especie de halo de divinidad.
El hecho en sí encierra un gran simbolismo, que con toda seguridad fue buscado por el arquitecto que dirigió la obra. Por una parte, la imagen de la Virgen de la Peña es tocada por la luz, que se identifica con Dios. Por otra, el suceso tiene lugar precisamente el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, algo que no parece casual, puesto que no son pocas las iglesias que, en aquella época, se orientaban al lugar por donde salía el sol el día que se celebraba la fiesta del titular.
Sea como fuere, el caso es que los sepulvedanos podrán disfrutar mañana de este peculiar acontecimiento luminoso, que no volverá a repetirse hasta dentro de un año.
En España existen otras iglesias donde se producen “hechos luminosos” relativamente similares, que en los últimos años se han convertido en un importante atractivo turístico para sus localidades. En el monasterio burgalés de San Juan de Ortega esta curiosidad coincide con los equinoccios de primavera y otoño —de ahí su denominación de ‘luz equinoccial’— esto es, el 21 de marzo y el 22 de septiembre, a las cinco de la tarde hora solar. En estos dos momentos “mágicos” del año, la luz entra por una de las ventanas del templo para iluminar, como si de un foco se tratara, el triple capitel de la capilla norte, dedicado a la Natividad.
También es conocido el caso de la iglesia zamorana de Santa Marta de Tera, otro ejemplo de ‘luz equinoccial’, donde la maravilla acontece igualmente en los equinoccios de primavera y otoño. El sol penetra a primera hora de la mañana de esos días a través del óculo de la cabecera y los rayos del sol iluminan durante unos minutos el capitel historiado situado a la izquierda del ábside. Sobre las diez de la mañana (07,55 hora solar), el haz de luz ilumina la totalidad del capitel, que simbólicamente representa a Santa Marta elevada al cielo por los ángeles.
