De vez en cuando utilizo la línea circular del metro de Madrid para llegar hasta la terminal de autobuses de Moncloa. Desde ahí, como bien saben, salen los autobuses para Segovia. Suelo utilizar dicha línea, la seis, o mejor dicho; la gris, que es por los colores como recuerdo que mi madre nos solía dar las indicaciones precisas para orientarnos durante alguna visita que realizábamos a la capital a modo de excursión y que de paso aprovechábamos para visitar a algún familiar. A lo mejor, aunque no siempre, podíamos dedicar la jornada a otra actividad cuya naturaleza quedaba delatada por la correspondiente bolsa de algún gran almacén que cargábamos a nuestro regreso.
Siempre me fascinó el metro, lo sentía como una gran aventura. El momento más emocionante llegaba con el aumento gradual del ruido y el correspondiente traqueteo que anunciaba la llegada del tren. Entonces aparecían las luces saliendo de la boca del túnel precediendo al convoy que hacía su magnífica entrada deslizándose muy pegado al andén. Al verlo llegar, de manera instintiva retrocedía sobre mis pasos hasta apoyar la espalda y tocar con la palma de las manos la pared. Ahí, permanecía emocionado y atento hasta que rápidamente y a la orden de mi madre entraba a la carrera por la puerta que nos quedase más a mano.
Una vez dentro me encandilaba contemplar a los pasajeros del vagón, cosa que sigo haciendo. La naturalidad con la que entraban, salían, se sentaban… me parecía como si no fuesen conscientes, o mejor dicho; sabía que no compartían conmigo esa misma emoción por lo que para mi casi era una atracción de feria. Me resultaba curioso y liberador la sensación de que nadie advertía o se interesaba por la presencia del resto. Esto me facilitaba generar ciertas fantasías y juegos… era como si nadie te viese. Entonces observaba detenidamente a la gente. En ocasiones lo hacía parapetado tras algún familiar y en otras descaradamente, casi de forma impertinente. Ya saben que son licencias propias de la infancia, sobre todo si puedes ser invisible…
Me sigue gustando ir en metro. Al subir hoy me di cuenta que no era precisamente uno de los mejores días para dar rienda suelta a cierta filia de mirar gente; hoy había demasiada. Sin una cierta distancia o un espacio suficiente para observar el detalle, cuesta más imaginar las vidas o sus posibles destinos inmediatos para apostar con uno mismo la siguiente bajada del escogido de turno o el fin de su pasaje… en fin, esa manía que tengo por los juegos.
Pensé que el motivo de que hubiera tanta gente era el paro convocado en el sector del Taxi. Se notaría sobre todo en ese preciso trayecto que es el mismo que enlaza con la línea del aeropuerto. Destino claro y evidente para todo aquel grupo de ejecutivos de mediana edad que acarreaban “maletas de cabina” y que conversaban justo sobre ese mismo tema; la huelga. Por el tono y ciertos comentarios que hacían en voz alta, le debían de estar “pitando los oídos” a más de uno del gremio. De manera espontánea y con el mismo tono elevado, se añadieron a la conversación otros viajeros, algunos de ellos con gafete de Fitur, no estoy seguro. Después alguno más que directamente les pregunta por el enlace al aeropuerto y de nuevo; “vuelven a acordarse del gremio”. Finalmente y en esa dinámica de charla, se bajaron todos en “Nuevos Ministerios”.
Sabiendo que una de las siguientes paradas es “Guzmán el Bueno” y que es ahí donde “la Agencia Tributaria” tiene mayor poder de convocatoria, observo a aquellos que se aferran a sus documentos dispuestos a salir del vagón del metro, “asuntos fiscales”. Otros, más relajados, los identifico rápidamente como antiguos compañeros. Fui Guardia Civil y lo ostento. Ya saben que en la salida de esa parada de metro está lo que viene a ser el “Vaticano” del Cuerpo.
Con mucho más espacio libre en el vagón, veo otras personas leyendo. A mi derecha un chico encapuchado con sus apuntes de estudiante apurado de letras y a mi izquierda una chica con unos indescifrables jeroglíficos aeroespaciales dentro de una carpeta con el logotipo de la escuela. Salen del vagón en “Ciudad Universitaria”.
“Moncloa” es la parada siguiente. Ahora toca mi habitual apuesta sobre los viajeros que quedan. Seguro que habrá alguno que como yo se baje en esta, de igual modo se dirija a la terminal de autobuses y termine en la fila de la dársena destino Segovia… Observo.
Mi primera apuesta es por una pareja de jóvenes que van arrastrando ropa de abrigo, claramente les sobra, sobre todo a ella. Descarto a la chica de enfrente. Aunque va con cierto look de montañera, ha sacado un kit de maquillaje y se afana en un retoque con algo de prisa. Sospecho que tiene una cita afuera. También es posible que vayan para Castilla los dos chicos de las sudaderas. Cargan en sus espaldas las mochilas de libros y llevan en la mano sendos bocadillos envueltos. Seguro que una vez en el autobús van a dar buena cuenta de ellos. Finalmente, tres guapas jóvenes vestidas a juego, con bolsas de compras y alguna revista… ¿por qué no? también apuesto.
En fin, no voy a hacer más largo el último tramo de este recorrido. Solo les cuento que en “Moncloa” salí el primero. Una vez en la terminal me dirigí escaleras abajo hacia la taquilla a por mi billete de regreso y que fue al subir de nuevo, al llegar a la cola del autobús, cuando pude verles. Sí, acerté con la pareja; los mismos que iban arrastrando chambergos. También quiero decirles que de esta manera el resultado de la apuesta fue “dos aciertos de siete” y que con estos sube bastante mi promedio en este indiscreto y personal juego, que en definitiva es el de la propia vida de quienes en algún momento y sin tener un mismo destino, hemos compartido el trayecto.