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Julio Montero (*) – Del destierro al destiempo

por Redacción
16 de enero de 2019
en Opinion, Tribuna
JULIO MONTERO
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Cualquier comunidad de exiliados sufre por lo menos un doble estar fuera, que a poco tiempo que pase acaba haciendo irrecuperable lo que perdió: un lugar y un tiempo. Un cubano que llegó a Miami huyendo con diez años, descubre cincuenta años después que la lección que mejor aprendida tiene de su vida es que el único regreso posible es hacia dentro, no hacia atrás.

Y lo curioso es que quienes regresan tras muchos años no se dan cuenta hasta que vuelven. Descubrí que los cubanos que salieron por Fidel, brindaban cada Nochevieja con la misma fórmula que los comunistas españoles en Rumanía: sólo cambiaba la ciudad, ¡El próximo año en (La Habana o Madrid)! Los que quisieron volver en la Transición transmitían el mismo pesar de fondo: regresaban a un país distinto, aunque en realidad volvían también (y sobre todo) a un tiempo diferente.

Las diferencias entre lo recordado y lo recuperado se intenta borrar haciendo memoria, mediante recuerdos. Se afirma que recordar es volver a vivir; pero es más un refugio en el que esconderse, porque el presente resulta ajeno al desterrado que volvió. Lo nota muchas veces en que en su patria recobrada se habla una lengua muy “distinta” de la que él habla, de la que ha mantenido fuera, como en conserva, ajena a cambios de cultura, modos de pensar.

Tan diferentes que muchas veces se sorprende explicándose a los demás, mas que expresándose. Como si hubiera dejado de hablar su idioma y estuviera en perpetua traducción de sus pensamientos a una lengua que se le resiste como ajena. Como si su vida, su experiencia, debiera expresarse como un pasado que requiere una explicación (porque no es normal). Porque esa razón da cuenta de su vida que no deja de ser una vida alternativa a la que hubiera tenido si no hubiera habido exilio en su peripecia vital. Y ese es el drama: el destierro nos mete forzosamente en otra vida, diferente a la que se hubiera disfrutado. Y sobre todo como única alternativa posible… a la vida. Es cambiar una vida (la que normalmente nos hubiera tocado) por otra que se nos ha impuesto.

El refugio de la memoria permite volver a vivir un pasado. Y ese pasado, por familiar, próximo y cercano (está en nuestra mente, en nuestro cerebro, en nuestras neuronas) por nuestro, nos lleva a veces a escenas irrelevantes. Situaciones en las que no pasó nada (o lo justo para que pasara) cuyo único valor es que son nuestras. Y sobre todo, esos recuerdos son conversaciones con nosotros mismos y lo que resulta imposible es vivir sin hablar. Y recordar es hablar con nuestro pasado y reconocernos allí mas que aquí.

Al final va a resultar que ese continuo de espacio-tiempo que es nuestra realidad, según los físicos, tiene más consecuencias en nuestra vida inmediata de las que cabría sospechar. Nuestra vida puede percibirse como alternativa de otra posible que pudimos tener si en un momento determinado hubiésemos optado por algo distinto a lo que escogimos. Y el asunto se pone aún peor si no hubo elección, si todo fue forzado.

Sea lo que fuere, el exiliado conoce una doble alteración: vive en una tierra que no escogió, sino que se le impuso (aunque fuera más o menos) y en ese lugar había otro tiempo también muy diverso del que transcurría en su patria de origen. Y es verdad que el tiempo, que parece tan imparcial, tan átono, tan transparente, tan insípido, siempre está pegado a unos lugares concretos. En realidad podría decirse también que la tierra en cada sitio está amasada con su tiempo propio e imprescindible. Y toda la física que nos enseñaron en el colegio se nos aparece como falsa. Y esa falta de veracidad no es ajena a nuestro vivir, no es un desacuerdo teórico entre dos fórmulas matemáticas. Está en la entraña misma de nuestro vivir tan entremezcladas que sólo las percibimos como distintas cuando quitan aparentemente sólo una de ellas: entonces caemos en la cuenta de que en realidad nos robaron las dos a la vez: nos desterraron (nos echaron de nuestra tierra) y nos “destiemparon” (nos arrancaron de nuestro tiempo). Y el desgarro se percibe con toda su crudeza al volver. Porque no es posible que nos resarzan de ese robo, ya vivimos nuestra vida alternativa y no cabe la repetición. Porque el recuerdo es tiempo pasado. Y, como mucho, algunos pueden imaginar lo que su vida hubiera sido. Sabina dice que nos robaron el mes de abril: pues eso.
——
(*) Catedrático de Universidad.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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