Tras su Trilogía del mal, dedicada a la guerra, el miedo y la mentira, Ricardo Menéndez Salmón muestra las luces y sombras del proceso creador en su nueva novela, La luz es más antigua que el amor, una obra en la que reivindica el poder del arte y la literatura como consuelo frente a la aflicción del mundo.
«He querido entonar un canto al papel enormemente dignificador que ha tenido el artista a lo largo de la Historia y a su labor como lector de su tiempo, sacudidor de conciencias», afirma el escritor asturiano en una entrevista con motivo de la publicación de este nuevo libro por Seix Barral.
A sus 39 años, Menéndez Salmón se ha convertido en uno de los mejores escritores españoles de su generación, quizá porque intenta que sus textos «vayan más allá del puro goce», se manifiesta ante los problemas del mundo que le ha tocado vivir y toma «partido ante determinadas cuestiones».
«El escritor es responsable de lo que dice, pero también de lo que calla», asegura Menéndez Salmón cuya nueva novela «no es tan diferente» a las anteriores. «El ropaje se aleja mucho» del que envolvía su trilogía (La ofensa, Derrumbe y El corrector), pero en La luz es más antigua que el amor hay un diálogo con cuestiones que se dibujaban en esos otros libros.
El compromiso del artista frente al poder encarnado por la Iglesia, el Estado o el mercado es el eje central de esta novela en la que se recrea la vida de tres pintores de diferentes épocas, uno real y dos ficticios: Adriano de Robertis, Mark Rothko y Vsévolod Semiasin.
La historia de esos tres artistas la cuenta un escritor llamado Bocanegra, claro alter ego del propio autor y lo hace en una novela titulada La luz es más antigua que el amor. Menéndez Salmón eligió ese título porque le pareció sugerente la idea de que la luz como fenómeno físico «refleja nuestra pequeñez, dado que ese tipo de fenómenos existe con independencia de que un sujeto los perciba».
En la novela de Bocanegra se recrea en el sufrimiento del pintor toscano Adriano de Robertis, que en pleno Quattrocento ve cómo la Iglesia destruye su blasfemo cuadro de la Virgen barbuda; se profundiza en la pintura de Rothko, que acabó cortándose las venas en febrero de 1970, y se desvelan las razones de la locura del artista ruso Semiasin, que padeció las presiones del todopoderoso Stalin.
Admirador de las vanguardias soviéticas, Menénd0ez Salmón cree que «uno de los momentos más dramáticos del siglo XX fue la irrupción del realismo socialista, tanto en literatura como en plástica».
«El territorio del artista, incluso de uno tan grande como Rothko, es siempre el fracaso», escribe en su nueva novela Menéndez Salmón, quien no oculta la gran admiración que siente por Rothko, ese pintor que «tenía un único modo de mirar entre millones de posibles modos de mirar».
Y si de admiración va la cosa, Menéndez Salmón se descubre ante el talento de William Faulkner, «el escritor por excelencia», subraya. «Faulkner me regaló la libertad de la palabra», dice el novelista asturiano, quien no cree que siga publicando al ritmo que lo ha hecho hasta ahora, «a novela por año».
Necesita un tiempo de reposo, entre otras razones porque se está cuestionando qué tipo de narrativa le interesa y si sus libros se van a «contaminar más» de su propia aparición como «sujeto narrativo». «La ficción pura me cansa. Me gustan más los libros que navegan entre dos aguas y que tienen una parte de digresión, de reflexión y de ensayo».
