No hacía demasiada falta el hallazgo de ayer para certificar que ETA, empujada por la presión policial que sufre en el sur de Francia, ha decidido buscar un nuevo santuario al otro lado del Tajo.
A pesar de casos como el del presunto terrorista José Luis Telletxea, detenido en 1995 en Carnaxide y cuya entrega a España ha sido rechazada por la Justicia desde entonces, las conexiones de la banda con Portugal no se hicieron evidentes hasta mucho más tarde. Solo en 2007 la Policía lusa admitió abiertamente la posibilidad de que la organización asesina estuviera utilizando su territorio como base logística.
Así lo insinuó el teniente general Leonel Carvalho, jefe del Gabinete de Seguridad del Ministerio del Interior, cuyas palabras llegaban dos meses después de que la Guardia Civil localizara en Ayamonte, muy cerca de la frontera, un vehículo matriculado en Portugal y cargado con más de 100 kilos de explosivos. Aquel hallazgo se produjo solo 15 días después de que ETA anunciara la ruptura oficial de la tregua trampa que, de facto, había roto el 30 de diciembre anterior con el atentado en la T-4.
Ha sido justo desde entonces cuando la banda ha sufrido los golpes más duros en el sur de Francia, con las sucesivas detenciones de los considerados responsables de su aparato militar y el desmantelamiento de su red de zulos.
Las crecientes dificultades a los que los terroristas se enfrentan en un territorio que hace mucho tiempo que dejó de ser el paraíso de la banda han obligado a la cúpula de los criminales a buscar zonas más seguras, lo que implica que están cada vez más alejadas del País Vasco.
Baste recordar que durante los dos últimos años muchos pistoleros han sido apresados en regiones como Bretaña o Saboya, a muchos kilómetros de sus bases tradicionales en el país galo.
En esa misma dinámica puede enmarcarse el desembarco en Portugal, un territorio con la frontera muy diluida, con buenas infraestructuras turísticas y muchos visitantes españoles.