Dio para mucho el programa de la Sexta, “La Sexta Noche”, del 17 de noviembre del año en curso, en el que Iñaki López entrevistaba al historiador y escritor Arturo Pérez Reverte y al periodista Carlos Alsina, pues entre otros temas de matiz político, como la aprobación de presupuestos, decretos, o paseos de la cenizas del “dictador”, se discutió sobre la prostitución y su legalización.
No voy a opinar aquí sobre los vaivenes que en diversos ministerios andan dándose, ni las volubles opiniones que algunas ministras manifiestan, ni la dualidad del propio presidente, unas veces sólo don Pedro y otras señor presidente, con opiniones no sólo diferentes, sino totalmente opuestas, según las diga don Pedro, o el presidente Sánchez. Sólo aludo a la publicación que el BOE de 4 de agosto hacía legalizando el Sindicato de Trabajadoras del Sexo, parece ser que sin el conocimiento o beneplácito de la propia señora ministra de Trabajo y Seguridad Social, doña Magdalena Valerio, que sabia ella, pues rectificar es de sabios, no cesa de alegar y reconocer que “le han metido un gol por la escuadra”, y que por todos los medios a su alcance tratará de abolir esta sentencia. Pues señora ministra, a entrenar para que la próxima jugada no entre el balón.
Lo que modestamente deseo expresar y explicar es que la prostitución no puede ser considerada actividad o trabajo, sino mera, pura y dura esclavitud, que ya la ministra de Igualdad y vicepresidenta del Gobierno, doña Carmen Calvo, ha afirmado que “La prostitución no es el oficio más antiguo del mundo, sino la esclavitud más antigua y grande de la historia”.
La misma presidenta de la Organización de Trabajadoras del Sexo, que defendía el “oficio” como actividad justa y necesaria para ganarse la vida, y aludiendo a que incluso se dan cursos de formación para quienes desean ejercer esta actividad, al preguntarle si enseñaría a niñas cómo llegar a la prostitución, afirmó que a niñas no…; si defiende que es un trabajo, ¿por qué no formar a niñas, como salida profesional?
No creo que haya que ser un elocuente convincente, ni profundo pensador, para demostrar que la prostitución no es una profesión, una actividad laboral o un trabajo remunerado, sino la más dura y soez esclavitud, pues aquí no se vende un abusivo trabajo, sino el propio cuerpo de la mujer, o del hombre, que se convierte en un objeto, cosa o posesión del dueño que dispone a su capricho y voluntad mediante el pago de unas monedas…, u otros modos de pago, que también existe la prostitución por influencias, puestos de trabajo, silencios comprados o chantajes, es decir, “Pago en especie”, o tal vez con las tarjetas “black”, que de esas andanzas y pago con plástico parecen tener experiencia gobernantes andaluces.
En la mayor parte del mundo la compra venta del cuerpo está penada, unas veces sólo al proxeneta, otras a quien oferta su cuerpo, otras al que lo solicita, y en mucho a todos ellos. Entiendo que al ser acto compartido y aceptado por ambas partes, y, por supuesto, a quien negocia con tan deleznable actividad, se debe penalizar a todos ellos.
El término prostitución es sinónimo de degradación, deshonra, y quien se prostituye se deshonra y degrada.
Está claro que hay otras muchas formas de prostituirse, si no el propio cuerpo, sí la persona, cuando se vulneran los propios principios o se defrauda a quienes confiaron o dieron su confianza, caso tan frecuente entre nuestros políticos que sobreviven a las más graves acusaciones, no demostrando su limpieza, sino acudiendo al “y tú más”, que acalla al adversario.
Los antiguos esclavos eran sometidos, y aún siguen en algunos casos, a trabajos extenuantes, en sórdidas condiciones, mal alimentados, por lo que el dueño abusaba del trabajo, de la actividad desarrollada, pero en la prostitución el que paga dispone a su capricho del propio cuerpo del pagado, cuerpo que no ofrece por amor o por capricho, sino por unas pocas, a veces muchas, pero siempre sucias, monedas. Al modo que Judas vendió por treinta monedas al Maestro y Amigo.
Aunque no soy quién para juzgar, que sólo Dios “al atardecer de la vida examinará del amor”, y según la norma cristiana de odiar el delito y compadecer al delincuente, creo que hay otras veredas, tal vez sinuosas y empinadas, pero que con tesón llevan a solución de problemas mejor que profanar un cuerpo y despreciare cosificando a una persona.
Aunque en vez de amoldarnos a la vida de los valores, entre los que destaca el honor, amoldamos la vida a nuestro capricho, haciendo que lo que antaño era el mayor deshonor, que todavía queda como más grave insulto el de mujer (u hombre) de nada dudosa moral, o hijo de tal señora, que hoy se alardea de a cuántos, dando detalle de cuándo, dónde y cómo, no deja de ser lo más rastrero entregar el cuerpo a un desconocido para que lo utilice a su capricho por un puñado de monedas, y todavía más despreciable el que tirando esas monedas se cree dueño de esa “cosa” u objeto que es nada menos que una persona.
Parece demencial el sólo hecho de que se baraje la posibilidad de legalizar el cosificar a la persona, tirando unas monedas a cambio de alquilar su cuerpo.
