… Por que si posada es lugar donde, por precio, se hospedan los que van de paso, en este caso ideas encerradas en libros, nadie que conozca la vida segoviana podrá negar que la Librería Cervantes ha ejercitado ejemplarmente ese oficio de posada entrañable de libros durante ciento diez años, que son los que ya ha cumplido.
La Calle Real que ahora me viene a las mentes ha sido una calle animadora de la vida cultural segoviana. En ella, que recuerde de pasada, se ubicaban hasta cuatro librerías, cinco papelerías, dos imprentas y hasta un encuadernador. Había también cuatro fotógrafos. De aquel bagaje “cultural” solo pervive la Librería Cervantes que, tesonera y vocacional, está en la cúspide del prestigio.
Mi relación con la Cervantes viene desde la infancia, cuando mi buena madre me pedía, cada principio de año, recoger El Zaragozano, o cuando comprábamos en primavera los peones y las bolas -otros llaman canicas- para jugar al guá en la plazuela. Pero sobre todo era posada de libros, con sus estanterías cuajadas de libros clásicos, de pensamiento, narrativa, novela… toda forma de expresión impresa tenía lugar allí hasta que el comprador los pasaba a sus anaqueles, donde ya encontraban su sitio definitivo.
El peregrinaje desde la mente del escritor hasta el envío del editor tenía un remate amoroso en el oficio de don Cándido Herrero, que conocía ese mundo del comercio de libros mejor que nadie. Hablo del segundo de la saga a quien conocí como buen comerciante y que nos abría, a los jóvenes ávidos de lectura, una cuenta de crédito para facilitarnos los libros que, de otra forma, nunca habríamos adquirido los muchachos segovianos de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.
Por unas pesetas al mes podíamos llevarnos a Cervantes, Dante, Virgilio o “Nada” de Carmen Laforet o “La sombra del ciprés es alargada” de Delibes, premiadas con el Nadal. Incluso obras prohibidas, como “El Capital” de Carlos Marx y “Mi Lucha” de Hitler, que nos exigía estudiar el profesor Fraga en unos cursos en los que los textos eran los apuntes que tomábamos en las clases y algunos libros que, estando prohibidos incluso en la universidad, teníamos que “agenciarnos” por formar parte del programa. No serían estos los únicos, pero el buen hacer y el conocimiento del oficio de libreros y sus vericuetos lo resolvía bien don Cándido.
Una de aquellas aventuras de lo prohibido me llevó, por segunda vez, a la comisaría segoviana -la primera fue por envenenamiento (leve pero masivo) a los jóvenes de la Colación de San Clemente con motivo de la Catorcena, de la que éramos alcaldes de los jóvenes Alfonso Patiño y yo mismo que mezclamos en una fresca sangría colectiva, ingredientes extraños e incompatibles con el baño de cinc de barreño de donde se servían los sedientos jóvenes sanclementinos- y a parar fuimos de nuevo a la comisaría, entonces en la Plaza del Seminario, en esta ocasión yo sólo, por cuanto a un grupo de inquietos muchachos un tanto activos entonces por la cultura de nuestra ciudad les propuse la creación de un grupo con inquietudes que entonces no era fácil vivir en Segovia; reuniéndonos en El Abuelo una vez por semana en torno a una cazuelita de gambas al ajillo, a repartir entre todos: Alberto García Gil, Miguel Velasco, José María Pérez de Cossío, Santiago Bernabé… decidimos leer la obra teatral, entonces muy polémica “Escuadra hacia la muerte”, de Alfonso Sastre, cuyos ejemplares para cada uno de los lectores compramos en la Cervantes, gracias a la habilidad de librero que tenía don Cándido. El lugar, la sala de reuniones de la Cámara de Comercio, en la Calle Real, a la vera misma de Unturbe. Iniciada la lectura fui invitado a personarme en Comisaría y, sin más trascendencia, suspendido el acto. Don Cándido quiso reponernos el dinero de los ejemplares no utilizados en la lectura, a lo que lógicamente no accedimos. Luego supimos que ya tenía vendidos los que recuperara.
Hoy, la Librería Cervantes es una institución segoviana por muchos motivos: ha mantenido ejemplarmente sus fondos de clásicos y de obra actual, ha incrementado su labor editorial sobre temas segovianos, no solo de libros sino de mapas, fotografías, grabados y esa espectacular edición de libros miniatura, con vida y poemas de san Juan de la Cruz y otros autores cristianos, como el ya santo Rafael Arnáiz.
Mantiene ese comercio necesario para artistas y estudiantes, carboncillo, difuminos, gomas de borrar, sacapuntas y el calendario Zaragozano como reliquia de otros tiempos en que no había “hombre del tiempo”. No faltan la tiza y las pizarras, los lápices, las cuartillas y los cuadernos y todo ello conjuntado nos regala ese lujo de comercio para la cultura que acaso más que una posada sea un templo cuidado y mimado por generaciones para que en Segovia siga circulando la sabía del estudio, de la simple lectura y de tantas aficiones que solo se pueden desarrollar si se visita esta casa de la Calle Real.
La Librería Cervantes segoviana se ha caracterizado por su “carácter hogareño” lo que la da un encanto especial logrado por el tesón y el amor durante décadas de Guillermo, el tercero de la saga de los Herreros desde su fundador, acompañado siempre de la discreción, el talante amable, culto y acogedor de Petrita. Este matrimonio afable y entendido en el mundo de los libros, desde la edición hasta su acercamiento al lector, bien merece un homenaje de gratitud del mundo cultural y comercial de Segovia. Por nuestra parte, los segovianos de la diáspora ya reconocimos este mérito hace algunos años.
Guillermo y Petrita han sabido luchar contra tantos inconvenientes cuando se han presentado, hasta el punto de hacer peligrar el mundo de las librerías. Pero su vocación, su valoración excepcional de la “cultura del mundo de los libros” les ha dado ocasión, en beneficio de todos, para saber resistir e incluso incrementar el prestigio de su tradicional e indispensable establecimiento. Han luchado con éxito frente a las nuevas tecnologías que tantos establecimientos de libros se han llevado por delante. Hoy, sin duda, la Librería Cervantes de Segovia está en el pináculo de un escaso número de librerías tradicionales en España. Sin innovaciones vacías de contenido pero manteniendo el tipo en el tratamiento respetuoso y amistoso con el libro, Guillermo Herrero ha sabido emplear su vida entera en beneficio de lo mejor de Segovia, su cultura y su patrimonio, difundido, protegido, actualizado e incluso denunciado cuando ha sido menester desde la Cervantes de la Calle Real. Nos ha seguido acercando lo clásico y lo actual, aunque sea en cualquier tiempo discordante, que de todo hay en la viña del señor, y Guillermo y Petrita se deben a lo que los clientes reclamamos.
Es difícil entender esto para quien tiene vacío el espíritu o no aliente en el idealismo de la solidaridad con el ingenio de los humanos. Hoy Segovia es una ciudad universitaria y ha crecido mucho en este aspecto, pero la Librería Cervantes supo -y sabe ahora- ser incentivo cuando en la ciudad solo había cuatro escuelas y un instituto. Muchos fue en la librería donde aprendimos a desentrañar, con humildad, modestia y calma, un sinfín de trampas ideológicas, y hasta éticas, que luego nos han venido muy bien para centrarnos en la vida, conociendo como hay que esquivar las falsías.
La Librería Cervantes es, y ha sido desde su fundación, luz, mucha luz que es capaz de enterrar ideas muertas, hipócritas o mentirosas. Cuando el que tiene oficio sabe orientar -y la familia Herrero lo ha venido haciendo desde hace 110 años- en ese mundo del libro que nos atrapa.
Se habla mucho de que el tiempo de la imagen, en que vivimos, acabará con la lectura, con los libros impresos y, por lo tanto con las librerías. Algunos creemos que el libro no morirá hasta después de que el hombre ya no exista. Mientras tanto las librerías seguirán pregonando lo que el hombre y su ingenio ha sido capaz de crear para transmitir al culto, mientras el analfabeto seguirá tratando de descubrir lo que dicen los rasgos de las letras.
