Un amigo que suele estar al tanto de lo se cuece en Segovia, gracias a la versión digital de El Adelantado, me asegura que todo eso de “resucitar” en estatua al diablo de la leyenda del Acueducto, debe ser una cortina de humo para mantener distraída a la gente. Así, no hablan de los asuntos que realmente importan y de los que el gobierno socialista de Luquero prefiere que no se hable, como, por ejemplo, la rehabilitación del Cervantes. Con la brevedad del whatsapp le contesté que posiblemente acertaba, teniendo en cuenta la situación apurada del gobierno municipal y la proximidad de las elecciones municipales. De todas formas, hay que reconocer que la cabeza o cabezas pensantes que hayan tenido esa idea (un tanto tenebrosa), no les ha faltado imaginación. De momento, ha producido reacciones variadas y en algunos casos, de ira, en otros, displicentes y jocosas. En esta línea, y con el debido respeto (también a los no creyentes e intolerantes) la ocurrencia se presta a recordar la famosa leyenda en un contexto actual.
Pienso que el proyecto municipal de “inmortalizar” a uno de los protagonistas de la fábula resulta incompleto. ¿Por qué dejar fuera a la simpática joven que negoció con el diablo? Si se la incluyese, el conjunto escultórico tendría incluso un toque feminista. En realidad, es ella quien merece una escultura o una inscripción, al menos. Pues, gracias a su arriesgado pacto con el maléfico personaje, consiguió el acueducto que llevó el agua a toda la ciudad. En verdad y según la leyenda, la incauta joven fue engañada por el maligno, que no se mostró como realmente era, sino con engaño, como suele y así lo afirma el relato del Génesis bíblico. Entonces, fue en forma de serpiente, mientras que en la leyenda segoviana, tomó forma de un hermoso galán, que deslumbró a la infeliz muchacha. Al darse cuenta del mal negocio que estaba a punto de hacer vendiendo su alma, se arrepintió. Lucifer no pudo cumplir con el compromiso de terminar el acueducto en una noche. Perdió el trato y, con el primer rayo de sol, huyó.
Leyendas aparte, la pretensión de situar al diablillo en la calle San Juan, próximo al palacio de Lozoya no puede ser más incongruente. La excusa de que servirá como un atractivo para desviar a los turistas por esa calle no cuela, es demasiado ingenua. No se le hubiera ocurrido al mismo maléfico personaje. No cuadra con su diabólica astucia, más amigo de las tinieblas que de la luz. Y quién sabe si no sería perjudicial para acabar con las obras de una calle con tanta historia. Aún así, si como dice la concejala del ramo, con un alarde de originalidad: la “estatua se va instalar sí o sí”. Es decir, sin consultar siquiera a los vecinos, en un nuevo gesto de arrogancia. ¿No estaría mejor situada en algún rincón próximo a la subida del Postigo?; quizá en la parte superior, al final de la escalera, donde se divisa a vista de pájaro el conjunto de arcos que miran al este y dan a la Vía Roma. Ese es un paso obligado para todos los turistas que quieren contemplar la magnífica obra romana del siglo I de la era cristiana. Afortunadamente, la curiosa iniciativa de este gobierno municipal que se ha sacado un diablillo de la chistera, parece que nos saldrá gratis. Aunque, no tendrá la gracia de “Diablo cojuelo” de la novela satírica de Vélez de Guevara, por lo que dará que hablar, algo se le parece.