Durante la primera década del siglo XXI nacieron en Castilla y León casi 200.000 bebés. Tras su llegada al mundo sus madres olvidaron la mayor parte de dudas que genera la gestación, las noches en vela atormentadas por los múltiples problemas que pueden frustrar un embarazo, las molestias de un cuerpo en ebullición o los dolores musculares derivados del estado de buena esperanza.
La sanidad pública acogió un altísimo porcentaje de esos partos. Ginecólogos, matronas, obstetras, pediatras o terapeutas son el habitual nexo de unión entre la mujer embarazada y el nuevo horizonte vital que se plantea una vez que la criatura llega al mundo. Sin embargo, el papel de esos profesionales de la sanidad no suele ser suficiente. Los rígidos protocolos de actuación unidos a la escasez de medios materiales y a la permanente necesidad de personal hace que, poco a poco, gane enteros la figura de la doula, una mujer sin formación académica específica aunque con conocimientos de todos los aspectos fisiológicos y emocionales del embarazo al tratarse de una madre que decide ponerse al servicio de las futuras progenitoras.
En Castilla y León únicamente ejercen dos. La más veterana es Carmen Escribano, salmantina afincada en Valladolid a quien su trabajo en los paritorios de un hospital público hizo desarrollar una especial sensibilidad para acompañar a las mujeres durante todo el proceso que incluye la gestación, el parto y los meses posteriores al alumbramiento en los que el cuerpo va retornando al estado previo al embarazo, una fase conocida científicamente como puerperio.
Conocedora de los pasos a seguir en la sala de partos, cuando la embarazada fue ella decidió que su hija Anais naciera en casa. Y así fue. Prefirió un ambiente «de menor estrés» para lograr que la batalla entre oxitocina y adrenalina se decantara del lado de la primera. Ambas hormonas pelean por imponerse en los momentos previos a un nacimiento. La oxitocina, administrada de forma sintética en la mayoría de los casos durante la dilatación previa al parto, es «la del amor» por lo que, defiende, «si el hombre te agarra la mano, no se va», afirma revelando su postura respecto al debate sobre si los varones deben o no entrar al paritorio. La adrenalina, sin embargo, es generada por el cuerpo humano ante una situación desconocida y dolorosa. Ese mecanismo de defensa puede llegar a tensar tanto el cuerpo de una parturienta que el momento de dar a luz llega a alejarse por completo del cuento de hadas con que habitualmente asociamos el instante en que el bebé asoma la cabeza y minutos después reposa sobre el hombro de su madre desfallecida.
Y es que esta doula, que ya ha perdido la cuenta de las mujeres a las que ha ayudado, lamenta que la natalidad se mueva por modas, intereses variados y estereotipos cuando, sencillamente, «se reduce a una experiencia vital con sus buenos y malos momentos». Eso explica que, tras dar a luz, muchas mujeres que, según dicta la convención, deberían sentirse felices, «se ven feas», revela, y aclara que la mayoría «creen que sólo les pasan a ellas esos procesos íntimos, que no está bien que pasen y que no deben pasar».
La fama de Carmen entre las embarazadas es fruto del boca a boca. Tras pasar por sus manos «unas les hablaban a otras de la Escri». Consciente de su don, comenzó a formarse de manera autodidacta leyendo libros editados en países anglosajones, donde la figura de la doula está mucho más institucionalizada. «Me sentí reconocida», recuerda. Desde entonces han pasado 22 años.
