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Nadal es humano

por Redacción
27 de enero de 2014
en Deportes
El manacorí

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Con la noche ya cerrada sobre Melbourne, miles de personas sacaron ayer sus teléfonos móviles y sus cámaras para tomar las últimas fotografías de un devastado Rafa Nadal que apenas podía contener las lágrimas. Era el cierre de un partido dramático, una final del Abierto de Australia en la que el balear fue abucheado y, posteriormente, aclamado, y en la que Stanislas Wawrinka convirtió en sueño tras vivirla como pesadilla.

«Las oportunidades no son eternas», resumió el ‘número uno’ del mundo tras un choque en el que la espalda se le ‘clavó’ y la Historia pasó de largo: el español tenía la oportunidad de convertirse en el primer jugador en 45 años, y apenas el tercero de la Historia después de Roy Emerson y Rod Laver, en ganar al menos dos veces cada uno de los cuatro torneos del ‘Grand Slam’. No lo logró, perdió 6-3, 6-2, 3-6 y 6-2 porque, una vez más, su portentoso físico se mostró, paradójicamente, muy frágil.

Nadal tenía buenas razones para sentirse muy cerca de su décimo cuarto título ‘grande’. ¿Cómo no ser optimista ante un rival al que derrotó 12 veces en otros tantos partidos sin siquiera perder un set? Pero, si en 2012 fueron las rodillas las que lo alejaron siete meses del circuito, esta vez fue la espalda, un tremendo pinzamiento en la zona lumbar.

Roger Federer, el tenista suizo más famoso, mantiene así su ventaja de cuatro títulos de ‘Grand Slam’ sobre Nadal, 17 contra 13. El ‘exnúmero uno’ llamó a Wawrinka, ya tercero del ranking, para felicitarle pero, probablemente, también para agradecerle que le haya permitido ver su récord un poco menos amenazado. Al menos, de momento.

Dueño de un tenis de fabulosa factura, Wawrinka arrasó al balear en el primer set. Nadie sospechaba lo que se incubaba en la espalda del español, pese a que ya se había tocado la zona, molesto, durante el calentamiento.

«Ya en el peloteo sentí algo. En el primer set me limitó, sobre todo en cada juego que sacaba, porque me sentía peor», comentó Nadal después del choque.

Hasta que la espalda se le ‘clavó’. Pasaban seis minutos de las ocho y media de la tarde, hora australiana, y en el marcador mandaba Wawrinka, que había ganado la primera manga (6-3) e iba por delante también en la segunda (2-0).

Nadal sacaba para lograr su primer punto. El primer servicio del español voló lento, a 167 kilómetros por hora, y no entró. El segundo bajó dramáticamente, a 128, una velocidad propia del circuito femenino, y, ni siquiera, de las mejores jugadoras. La derecha del manacorí aterrizó enseguida en la red, el español se tocó la espalda y, lentamente, comenzó a doblarse con la cabeza apuntando al piso, un gesto de dolor y los ojos cerrados.

Se llevaban disputados 50 minutos de juego, pero parecía que la final, como tal, se había acabado.

El balear se fue a su silla y el fisioterapeuta le hizo dos preguntas, antes de acompañar al español a los vestuarios.

Wawrinka se quedó solo y desconcertado en el estadio, por lo que trató de pedir explicaciones al juez de silla, que tampoco sabía muy bien lo que estaba pasando. Molesto, el suizo dejó su asiento y se fue a estirar a la cancha. Y entonces sucedió algo que muy rara vez se ve en una cancha de tenis: una amplia mayoría de los asistentes silbó a Nadal cuando el español, serio, sombrío y sin camiseta, regresó a la pista. «Yo jamás voy a criticar al público de este torneo», aseguró el manacorí. «Ellos pagaron para ver el mejor duelo posible, y, por momentos, yo no pude ofrecerles eso», añadió.

A partir de ahí, Rafa se dejó llevar. Cedió el cuarto juego en blanco, incapacitado para sacar, y las sospechas de posible retirada comenzaron a planear sobre Melbourne. El de Lausana refrendó su superioridad llevándose con un ‘ace’ el segundo parcial (6-2). Fue entonces cuando el tratamiento al que fue sometido el español empezó a hacer efecto y logró reponerse para llevarse, ante el desconcierto del suizo, el tercer set (3-6).

Fue un espejismo. Nadal apenas aguantó la batalla en la manga decisiva y Wawrinka no perdonó a su rival (6-2)

Lágrimas y ovación

Sin embargo, tras la derrota todo pareció cambiar. El poco expresivo Pete Sampras, que salva, al menos hasta Roland Garros, su marca de 14 ‘grandes’, parecía genuinamente emocionado y el público australiano dedicó una grandísima ovación a un Nadal que ocultó sus lágrimas bajo una toalla. Hasta Wawrinka parecía estar pidiendo perdón por haber ganado el enfrentamiento.

Extraño final de la noche que el balear imaginaba como el primer hito en una serie de ataques decisivos sobre el reinado histórico de Federer. Nada de eso. Brutalmente, la realidad lo puso una vez más frente a frente con el más íntimo y traicionero de sus acompañantes: su propio cuerpo. Y es que Nadal también es humano.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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