Los chicos del Santana son muy raros. En lugar de gastar en ellos mismos el dinero ganado durante años con su esfuerzo como hosteleros, prefieren revertir algunas de sus ganancias en convertir Segovia en un reducto similar a la pequeña aldea en la que los galos de Asterix se protegían de las asechanzas del imperio romano, En este caso, los Santana mantienen viva la llama del mejor rocanrol trayendo a Segovia a algunos de los mejores grupos españoles y extranjeros o bien dando la oportunidad a otros surgidos de la propia cantera local. Con esta peculiar poción mágica, la ciudad se defiende del asalto inmisericorde de las tropas imperiales lideradas este año por Bisbal y Malú, que amenazan arrasar con su mayoritario tirón popular.
En la madrugada del domingo, y con la excusa de celebrar el primer aniversario del Hotel Santana, que hace un año abrió sus puertas en pleno corazón de Parque Robledo, nuestro particular Gay Mercader segoviano que no es otro que Quique Santana, quiso obsequiar a sus amigos con un doble concierto con el que reforzar los postulados que han convertido no sólo el bar sino el hotel en una isla de rocanrol a la que es necesario recalar de vez en cuando para no escuchar los cantos de sirena de otros estilos más fáciles y menos comprometidos.
La propuesta comenzó con los segovianos «Los Pajarracos», un grupo que reúne a lo más granado del rock local liderado por el oficio y el carisma incontestable de Javier Postigo «Posta», y acompañado por algunos de los mejores músicos de rock que pueblan esta pequeña provincia.
Sin renunciar al espíritu rompedor de «La Competencia», el grupo ha fortalecido su estilo dotándole de una contundencia guitarrera que en ocasiones sorprende, en otras hace vibrar y a veces apabulla. La banda apuesta por un sonido esencialmente rockero con canciones cuyas letras recurren a los lugares comunes de este estilo de vida y que son impecablemente interpretadas por un puñado de buenos músicos. Para quienes no les hayan escuchado, una pequeña inversión de tan sólo siete euros permitirá acceder a su primer trabajo en solitario, que promete no dejar indiferente, como no lo hizo el grupo en el concierto.
Y después, Burning. Son tantas ya las veces que les hemos visto por Segovia que el Ayuntamiento, en su afán por dar nombre a calles, plazas y jardines sin bautizar, bien podría dedicar una de ellas a los «Stones de La Elipa». Pero no importa. En este caso, la reiteración de la propuesta de los chicos de Johnny Cifuentes no resulta pesada, porque siempre permite disfrutar de los matices de cada canción de uno de los iconos del rock en castellano de todos los tiempos. Cualquier concierto de Burning tiene el aliciente de poder escuchar la guitarra de Edu Pinilla -deberia escribir su nombre en mayúsculas- o el mágico teclado de Cifuentes, con el que nos paseamos con las chicas del drugstore, o preguntamos sin cesar que hace una chica como tu en un sitio como éste.