No es un museo orientado a los niños. Tampoco a los científicos. No está pensado solo para el gran público ni tampoco en exclusiva para los más entendidos. Pero pueden disfrutarlo los pequeños, los mayores, los curiosos y los hombres de ciencia. El Museo de la Evolución Humana nace para atraer a todos los públicos de forma universal, con una enorme potencialidad y capacidad de renovación por su carácter vivo, que le permitirá incorporar a la exposición actual los nuevos hallazgos científicos o las nuevas técnicas museográficas.
Y, sin falsa modestia, la pieza central del Solar de Caballería tiene como aspiración legítima convertirse en referencia mundial en musealización sobre evolución humana, pues no en vano es la única instalación de este tipo en todo el planeta dedicada íntegramente a la historia del hombre, con la cercanía de los yacimientos como marchamo de exclusividad. Los responsables del MEH recuerdan siempre que tiene su origen en Atapuerca, pero que no será «el museo de Atapuerca», porque la visita a los yacimientos de la sierra burgalesa es una experiencia tan importante e insustituible que el edificio del Solar de Caballería no pretende robarle protagonismo. Sin embargo, dada su ubicación en la capital burgalesa, importante foco turístico, el museo será una antesala que facilite el conocimiento y la experiencia sensorial para disfrutar mejor de la visita directa. Y al mismo tiempo difundirá por el mundo los hallazgos y las enseñanzas del libro de la vida en el que se ha convertido el complejo arqueológico burgalés.
El MEH quiere ser, además, socialmente responsable. Pretende subrayar la relación del hombre con su entorno ambiental y social, explicando su adaptación a los distintos ecosistemas poblados por la especie a lo largo del planeta y promoviendo debates en torno al futuro de nuestro mundo, los efectos del cambio climático, las nuevas tecnologías y la brecha que provocan entre las sociedades más o menos avanzadas, las energías alternativas o el aprovechamiento de los recursos naturales.
Esa presencia de la naturaleza en la evolución del hombre es una de las ideas más potentes con las que comenzó a trabajar Juan Navarro, el arquitecto del museo, desde el mismo momento de la concepción del edificio. Por eso, la evocación del paisaje de la Sierra de Atapuerca es la primera sensación con la que se topará el visitante al acercarse al Complejo de la Evolución, ya desde el paseo exterior.
En el plano inclinado que asciende hasta las puertas del MEH, la vegetación colocada pretende recrear el entorno de los yacimientos, a modo de iniciación visual de un territorio clave para la comprensión de los hallazgos y el modo de vida de nuestros antepasados. Pero esa impresión no acaba al acceder al complejo.
El MEH ocupa 15.000 metros cuadrados, ha sido necesario invertir en su construcción 70 millones de euros (9 de ellos para su musealización) y tiene 30 metros de altura, 60 de fachada y 90 de fondo. Al vestíbulo se podrá acceder libremente, así que cualquiera tendrá la oportunidad de experimentar estas nuevas sensaciones sin necesidad de pasar por taquilla. Y verá que el museo es un inmenso cubo en el que es fácil perder la percepción de la escala humana. Está lleno de luz, es espacioso, permite la comunicación visual entre las distintas plantas y la entrada y en él penetran cuatro cortes verticales, a modo de lenguas de naturaleza en medio del vidrio y el hormigón.
En su superficie también se ha plantado vegetación de la sierra, mediante árboles desecados previamente, y se han colocado reproducciones de los animales que en los tiempos prehistóricos habitaron las tierras de Atapuerca. Todo para preparar al visitante antes de que comience el recorrido por los espacios expositivos.
