Que el amor todo lo cree es algo que ha ido quedando claro con el paso de la Historia; amores como el de los amantes de Teruel, como el de Romeo y Julieta, como el de la bella y la bestia, como el de la vecina de al lado… Todos, al final, comparten lo mismo: cariño, confianza, celos, sueños, imaginaciones e idealizaciones, en menor o en mayor medida, y todos creen en su triunfo por encima de todas las cosas.
Así que, algo así han ido pensando los escritores y guionistas a lo largo de la misma Historia: «que el amor todo lo cree…» y se han ido encomendado a Cupido y sus secuaces para crear historias que parecen hablar de lo mismo, estén escritas en el siglo XV o en el XXI. Por ello, lo que ayer interpretó Nao D’Amores sobre las tablas del Teatro Juan Bravo, con textos de Juan del Enzina, autor de la época de los Reyes Católicos, no sonó tan antiguo ni lejano a un público que escuchó atento, muy atento, las historias que los actores que dirige la segoviana Ana Zamora tenían que interpretar.
Con una escenografía austera, en la que dos metros cuadrados de césped artificial y unos arcos de madera eran suficientes para imaginar los paisajes en los que se veía encerrada cada historia, la iluminación y, sobre todo, la música jugaron un papel vital. Y es que habría sido difícil imaginar tanto con tan poco, si no llega a ser por unos instrumentos de la época a los que es complicado hasta poner nombre. La ovación al final de la obra se repartía a partes iguales entre los intérpretes puros y los musicales.
Algo complicado habría sido, también, entender las églogas, poemas que idealizan la vida de los pastores y del campo para tratar temas como el amor, si no llega a ser por su eterna actualidad; cámbiense pastores por príncipes para tres princesas o similares. Por momentos, el público, quien a veces se perdía entre palabras del castellano antiguo y otras se sentía políglota por entenderlo, se soñaba en medio de un teatro de hace cinco siglos, entre bailes y cantos, y en el instante siguiente se imaginaba delante de la televisión, atendiendo a una pelea entre dos hombres por el amor de una mujer, o en medio de una discoteca, viendo cómo un amigo destrozado media hora antes, por haberlo dejado con su novia de toda la vida, buscaba cariño en brazos de otra señorita.
La idealización, la rabia, el desenamoramiento, la insistencia, la sensación de bipolaridad y hasta la reconciliación en la genial (y muy real) historia de Vitorino y Platzida; el amor todo lo creía y todo lo había creado en la obra de Nao D’Amores, en la que las actuaciones estelares de un gracioso, ridículo y estupendo Cupido que acababa la obra disparando flechas a diestro y siniestro, obligaban al público a ir y volver, del pasado al presente propio, entendiendo por qué la compañía segoviana viaja donde viaja y está a su vez donde está: triunfando como el amor.