Dicen de ella que tenía algún tipo de don (para los creyentes), poder (para los incrédulos) o virtud (para quienes no saben a quién creer). Que era capaz de conectar con el Más Allá, y que le incomodaba cuando el más acá le preguntaba por ello… Y por ellos.
Según Alberto Herreras, historiador que ayer además hizo de guía de la primera expedición de la ruta ‘Huellas de Teresa de Jesús’, dentro de la programación de los ‘Domingos de Patrimonio’, la Santa confesó varias veces a su hombre de confianza, el padre Yanguas, haber presenciado la figura de Cristo, además de la de Santo Domingo; cuya imagen la visitó antes de abandonar Segovia en septiembre del año 1574.
Seis meses antes, y animada también por una voz divina, Teresa de Jesús había decidido atender los ruegos de doña Ana de Jimena y plantear una fundación de su orden, los Carmelitas, en Segovia.
Y ahí, en ese día de marzo de hace 440 años en el que Santa Teresa recibía un sorpresivo permiso de sus superiores para iniciar su aventura segoviana junto a cinco monjas, Antonio Gaitán, el clérigo Julián y Fray Juan de la Cruz, comenzaba el viaje de más de una treintena de personas que, reunidas en el Azoguejo 440 años después, cerca de lo que un día fue el Mesón del Aceite, se disponían a pasear con el Más Allá.
Porque aunque Alberto Herreras comenzase la visita diciendo que para muchos segovianos Santa Teresa es mucho más desconocida que San Juan de la Cruz, a quien ella trajo a la ciudad, lo cierto es que en ocasiones como la de ayer, la figura de la Carmelita realmente acerca a una nieta a algún lugar desconocido donde se esconde la abuela que tantas veces le habló de la valentía y la iniciativa de Santa Teresita. En diminutivo magnificado por el tiempo.
Esa abuela estaría orgullosa de saber que ayer su nieta conoció la Segovia por la que la Santa paseó en aquella madrugada del 19 de marzo en la que, sin apenas tiempo para quitarse de encima las murallas de Ávila, organizó todo para poder fundar al amanecer el convento de los Carmelitas.
Las puertas derruidas de las Canongías, el primer crucero de la Catedral y su alta torre que años después hubo de ser rebajada, los balcones de la Casa de los Picos y la casa en construcción del Judío, el edificio que compraron los Márquez de Prado, futuros Marqueses del Arco… Herreras iba explicando la Historia entre la calle Real, la plaza Mayor y el actual colegio de arquitectos, donde Santa Teresa creyó que terminaría todo y, sin embargo no hizo más que empezar; la jerarquía de la Iglesia ya era un para siempre.
El guía iba relatando cómo la ley de vecindad impidió el traslado de las monjas a la calle San Francisco y opuso resistencia a su asentamiento como vecinas de los frailes mercedarios. El historiador habló de ducados, de reales y de siete pares de gallinas. También habló de Felipe II, antes de que la visita llegase al Convento de San José. El lugar definitivo. El espacio donde ahora a la Santa se la tiene tan presente, como a todos los pasados.
Con la Iglesia hemos topado
Pasado el tiempo, las cruces se convierten en anécdotas, pero no por ello pierden importancia. Teresa de Jesús cargó con demasiadas. Y la mayoría, de la Iglesia. Las historias no pierden actualidad, y quizás por ello resultan tan creíbles como increíbles.
Ayer, durante el paseo, la boca se abría de asombro y carcajadas a la par cuando Alberto Herreras narraba, entre otras historias en las que Santa Teresa de Jesús tuvo como mayor ‘enemigo’ a la Iglesia, que la mañana en la que la Carmelita fundó el convento, después de que en escasas horas Julián de Ávila, Fray Juan de la Cruz y Juan de Horozco y Covarrubias hubiesen oficiado hasta tres misas, -para ésta última el propio canónigo se había ofrecido de forma espontánea-, el Canónigo Provisor, alertado por el rumor en la ciudad de que se había fundado un convento sin su consentimiento, no sólo obligó a Santa Teresa a retirar la cruz y la mesa de altar, sino que además ordenó a uno de los sacerdotes consumir todas las formas sagradas que quedaban en el convento.
