La ciudad de Segovia tenía hace un siglo casi 15.000 habitantes censados. Era una capital de provincia muy ligada al Ejército y especialmente a la Academia de Artillería. En las páginas de EL ADELANTADO de aquella época puede comprobarse la importancia que los asuntos militares tenían en el transcurso de la vida diaria pues eran muchas las noticias publicadas sobre ascensos, licenciamientos, destinos, vacantes, juras de bandera y, cómo no, los conciertos de la Banda de Música de la Academia en “los paseos”.
Eran tiempos convulsos, con la resaca de la guerra de África, con otra guerra en los Balcanes que poco después desembocaría en la Primera Guerra Mundial y con una sociedad en conflicto en la que cada vez eran más habituales huelgas como las de estudiantes y las de los ferroviarios —curioso que un siglo después también haya paros convocados en Renfe— o atentados anarquistas como el que acabó con la vida del presidente del Consejo de Ministros, el liberal José Canalejas, en noviembre de 1912.
Coincidiendo con la festividad de Todos los Santos —que por entonces era día laborable— EL ADELANTADO informaba de que habían terminado las obras de la sepultura para los individuos de tropa de la guarnición fallecidos en filas.
El terreno, en el cementerio del Santo Ángel, había sido cedido por el Ayuntamiento a petición del gobernador militar, Gabriel Vidal. Contaba el diario que las obras, “de un gusto exquisito y severo”, fueron costeadas por todos los cuerpos de la guarnición de Segovia y dirigidas “por el brillante cuerpo de Ingenieros militares”.
Hubo un acto sencillo en el cementerio, con el rezo de un responso por las almas de los soldados fallecidos, al que asistieron comisiones de todos los cuerpos militares. El general Vidal envió una corona de flores con los colores de la bandera nacional “rindiendo con ello un tributo de consideración a los que han fallecido cumpliendo el más hermoso deber del ciudadano”.
Del cuidado de esa sepultura se encarga hoy en día todavía la Academia de Artillería.
La época
En los primeros años de la segunda década del siglo XX la muerte de un joven soldado era bastante habitual incluso en tiempo de paz, como lo demuestran, por ejemplo, noticias aparecidas en las páginas del decano de la prensa segoviana. Así, por ejemplo, el 29 de octubre de 1912 daba cuenta de la defunción de dos alumnos de la Academia de Artillería como consecuencia de fiebres infecciosas e informaba de que otros compañeros se encontraban también enfermos, lo que había producido “alarma exagerada” en la ciudad y especialmente en las familias de los futuros artilleros.
Desde el periódico se apuntaba a que era poco probable que se confirmaran algunos rumores sobre el estado del agua para consumo de los hogares y pedía a las autoridades que inspeccionaran los centros de vida de los alumnos, especialmente los hospedajes.
Dos días después otra noticia comunicaba a los vecinos de Segovia que tanto el Ayuntamiento como el Gobierno Civil había acordado medidas para exigir el cumplimiento de todas las disposiciones sanitarias en los citados hospedajes. Además, señalaba que los análisis indicaban que “el agua de las cañerías de la ciudad es pura; lo dice el no existir fiebres tifoideas en al población civil”.
Pocos días antes un cadete había fallecido como consecuencia de un accidente al desbocarse los caballos de un carruaje militar.
La Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico informaba de que en el mes de septiembre habían fallecido 34 personas en la ciudad, únicamente dos de ellos ancianos. Las causas de muerte más frecuentes eran gripe, tuberculosis, meningitis, bronquitis aguda, neumonía, etc. Hubo dos muertes violentas (no suicidios) y tres por fiebre tifoidea.