El Papa que en 2005 pidió entre lágrimas a los cardenales que no le votasen para suceder a Juan Pablo II sube ahora al Trono de San Pedro con multitud de retos por afrontar, algunos de los cuales ya fueron iniciados por su antecesor, pero que deberán ser finalizados por nuevo Santo Padre.
La curia. El caso Vatileaks desveló que la Curia romana necesita una reforma con urgencia que dote al Gobierno de la Iglesia de mayor transparencia y que, a la vez, haga partícipe de las decisiones de poder a los Episcopados nacionales. La organización católica debe buscar la universalidad en su gerencia para adaptarse a sus fieles, repartidos por todo el mundo, lo que, según los expertos, será un camino largo. Sin embargo, el hecho de que el Papa venga de fuera de Europa refuerza la teoría de que los prelados no europeos han buscado un cambio en la forma de gobernar la Barca de Pedro.
La credibilidad perdida. Los escándalos de pederastia que han afectado a sacerdotes por todo el mundo y, también, el silencio cómplice de los mandatarios eclesiásticos, ha socavado la credibilidad de la Iglesia. Por ello, el nuevo Obispo de Roma, además de continuar con la tolerancia cero impuesta por Benedicto XVI en estos asuntos, deberá seguir manteniendo un estricto control de los eventuales casos de abusos, una transparencia total de la Iglesia y una colaboración absoluta con las autoridades civiles y judiciales de cada país.
La esencia interna. Aunque de cara al exterior, Vatileaks y la pederastia se antojen, por el ruido mediático, como los retos más urgentes y de más calado para el nuevo Vicario de Cristo, lo cierto es que muchos expertos afirman que el principal mal que aqueja a la Iglesia actual se encuentra en su propia esencia, cada vez más diluida. Es complicado evangelizar y propagar el mensaje de Jesús si los propios miembros de la Iglesia no tienen celo por el Evangelio. Por ello, Francisco deberá tener mano dura con aquellos miembros de la institución que se han alejado de la misma aferrados a una modernización que nada tiene que ver con la Iglesia.
los países emergentes
Aunque Europa siga creyéndose el contiente guardián de las tradiciones católicas, lo cierto es que el catolicismo de base habla cada vez en más idiomas. Sin embargo, los países emergentes se han sentido discriminados en los últimos años por el poder eclesiástico, lo que ha motivado que otras creencias hayan ganado adeptos en América Latina y en África en detrimento del cristianismo. No obstante, parece que Francisco I podría revertir esta tendencia al tratarse de un Pontífice que llega, precisamente, de un país del otro lado del Atlántico que conoce la realidad de esas naciones.
El pluralismo. Juan Pablo II debe ser el ejemplo a seguir en el reto del pluralismo, pues el Papa polaco defendió la necesidad de que la Iglesia católica mantuviese una relación de cordialidad y respeto no solo con el resto de credos católicos, sino también con otras religiones como el Islam y el Judaísmo. Benedicto XVI no fue especialmente cuidadoso con este tema, por ejemplo al revocar la excomunión al obispo que niega el Holocausto judío, lo que desembocó en ciertos desencuentros con los creyentes no católicos.
El papel de la mujer. El eterno reto de todo aquel que accede al Trono de San Pedro es el papel de la mujer dentro de la Iglesia. Los dos predecesores de Francisco, Juan Pablo II y Benedicto XVI, elogiaron en multitud de ocasiones la labor de las féminas para la vida diaria de la institución, pero nunca pasaron de ahí, a pesar de que las mujeres cristianas superan en número a los hombres. No parece, sin embargo, que el cardenal Bergoglio vaya a ser un revolucionario en aspectos como el acceso de las féminas al sacerdocio.
La secularización. Mientras la Iglesia crece en países emergentes y en Estados Unidos, Europa vive un auténtico problema de secularización, que afecta a todas las confesiones cristianas. En el norte del Viejo Continente hace años que este problema se manifiesta de manera clara y en la zona mediterránea se están dando ya signos preocupantes. Además, las Administraciones nacionales han optado por normativas laicistas que exigen una respuesta firme y clara por parte de la Iglesia.
Las vocaciones. La secularización de la sociedad se ha visto reflejado, principalmente, en el descenso del número de vocaciones religiosas, lo cual deberá ser afrontado por el Papa Francisco.
La Banca Vaticana. La Banca Vaticana, llamada OIR (Instituto para las obras de religión), fue uno de los grandes quebraderos de cabeza de Benedicto XVI y uno de los motivos del desgaste que sufrió Ratzinger al frente de la Iglesia. Las finanzas del Estado Pontificio deben adecuarse a las normas del Consejo Europeo que vigilan la limpieza del dinero que manejan los bancos, para evitar los escándalos.
