En la víspera de que el Príncipe Felipe presida hoy el funeral de Estado por el soldado John Felipe Romero Meneses, asesinado el lunes en Afganistán por una mina de los talibanes, la polémica se centró en la falta de seguridad de los uniformados españoles desplazados al país asiático en el cumplimiento de una misión que el Gobierno insiste en considerar pacífica con la misma vehemencia que emplea el PP para sostener que se trata de una verdadera guerra.
Tras conocerse que el fallecido y los seis compañeros que resultaron heridos en el atentado viajaban a bordo de uno de los BMR -Blindado Medio Sobre Ruedas- cuya capacidad para soportar explosiones se ha puesto reiteradamente en duda y que en algún momento deberían ser sustituidos por otro tipo de vehículos mejor preparados, se produjeron reacciones bien encontradas.
Así, algunos censuraron la tardanza de Defensa en cumplir sus promesas, puesto que, a raíz del fallecimiento del cabo Cristo Ancor Cabello el pasado octubre en una acción similar a la del lunes, el departamento que dirige Carme Chacón anunció el inmediato despliegue de los RG-31, que, teóricamente debería estar completo a más tardar en marzo, es decir, dentro de menos de un mes y que, de haberse acelerado, bien podría haber evitado otra tragedia.
Una visión más optimista
No obstante, dado que el blindaje del BMR atacado había sido reforzado, y, aún sin estar a la altura de los equipamientos más modernos, sí cumplía los requerimientos mínimos, diversos expertos prefirieron poner de relieve que fueron precisamente tales mejoras en el vehículo las que minimizaron las consecuencias de las explosión salvaron la vida de seis de los soldados que iban en el vehículo.
Ése fue precisamente el mensaje que se le transmitió ayer a Chacón a su llegada a la base de Herat, donde ha querido estar presente para coordinar la repatriación del cadáver de Romero, así como para interesarse por los heridos y conocer de primera mano los detalles del suceso.
Aunque los artificieros no supieron estimar la cantidad con exactitud la cantidad de explosivo que contenía el artefacto utilizado contra el vehículo español, indicaron que todo apunta a que fue muy similar a la utilizada el pasado 7 de octubre, cuando falleció Ancor. Chacón también se enteró de que, con toda probabilidad, los tres talibanes abatidos después del atentado por tropas españolas eran efectivamente los autores materiales del asesinato de Romero.
Para completar el nada halagüeño panorama, la ministra contempló en primera persona los impactos producidos por tres cohetes de fabricación casera que fueron lanzados por los insurgentes pocas horas antes de que ella llegara contra el destacamento español. Los proyectiles no provocaron víctimas ni daños materiales, pero tampoco contribuyeron a calmar la tensión reinante.
