El Bayern Múnich y el Chelsea definirán hoy el nuevo reinado del fútbol europeo cuando se enfrenten en una final de la Liga de Campeones que ninguno de los dos puede perder.
El conjunto alemán está obligado a ganar por jugar en su propio feudo, mientras que el equipo inglés necesita un triunfo que dé sentido y gloria a una generación de jugadores en su crepúsculo.
El club germano, que acumula 11 años sin títulos de Champions, y el Chelsea, que aún no ha estrenado el palmarés de la competición continental, llegan a la final después de haber dado la sorpresa en las semifinales ante los poderosos Real Madrid y Barcelona, conjuntos que se apuntaban desde el inicio de la competición como los máximos favoritos para alzarse con el título.
El once alemán, que ya ganó la Copa de Europa en las ediciones de 1974, 75, 76 y 2001, contará con un factor que podrá ser determinante: jugará la final en su casa.
Hasta el momento, solo tres finales se jugaron en la ciudad de uno de los equipos participantes en el encuentro decisivo: el Real Madrid, en 1957, y el Inter, en 1965, que se consagraron campeones continentales en su hogar, mientras que la Roma vio fracasar su sueño en el Estadio Olímpico, al caer con el Liverpool, en 1984.
«No sé si se me presentará alguna otra vez la posibilidad de jugar una final europea en casa. Ya solo eso nos dará una oportunidad hermosa para ganar el título», afirmó el entrenador del Bayern, Jupp Heynckes.
Ambos equipos llegan al último encuentro de la Champions con la necesidad de revancha, después de dos recientes frustraciones en encuentros de esta trascendencia en el ‘Viejo Continente’.
Así, el Bayern cayó contra el Inter en Madrid en el 2010, mientras que el Chelsea perdió en la tanda de penaltis ante el Manchester United en 2008, en Moscú, en su única final de Champions, la auténtica obsesión de su multimillonario propietario, el ruso Roman Abramovich
decepción germana. El conjunto alemán llega al duelo después de haber sufrido una doble frustración en el ámbito doméstico en manos del Borussia Dortmund, pero con la tranquilidad de haber disputado una Champions impecable.
El equipo de Múnich ha ganado, hasta el momento, los siete partidos disputados en su estadio en la competición (incluyendo el de la previa), es el tercer equipo más goleador del certamen, detrás de Madrid y Barça, y el segundo con mayor promedio de posesión de pelota por partido, por debajo tan solo de los hombres dirigidos por Guardiola.
Así y todo, Heynckes tendrá que rebuscárselas para cubrir las ausencias de los suspendidos Holger Badstuber, David Alaba y Luiz Gustavo.
Por su parte, el Chelsea llega a la final crecido, después de haberse consagrado como verdugo del gran Barcelona en el Camp Nou y de haber conseguido el título de la Copa inglesa ante el Liverpool.
La llegada al banquillo del inexperimentado Roberto Di Matteo, en reemplazo de André Villas-Boas, produjo una comunión en el conjunto londinense y alimentó la fortaleza mental de la plantilla ante situaciones límite.
«Matarían por esa copa», aseveró el italiano Gianluca Vialli, exentrenador del Chelsea, en referencia a veteranos ‘blues’ como John Terry, Frank Lampard, Petr Cech o Didier Drogba.
Sin embargo, el conjunto londinense encuentra un escenario aún más complejo que su rival respecto a la alineación para la final. Jugadores de la talla de John Terry, Branislav Ivanovic, Rubén Ramires y Raúl Meireles se perderán el partido por sanción, lo que podrán obligar a Di Matteo hasta a implementar un nuevo sistema táctico.
Cada uno con sus armas y con dos estilos casi opuestos, Bayern y Chelsea se enfrentan por el título más importante del fútbol europeo. Con una ciudad de Múnich como actriz secundaria, la Champions conocerá a su nuevo dueño.
