La batalla final de Siria parece librarse en Damasco. Ayer, un atentado golpeó directamente al corazón del régimen, al explotar una bomba ante un edificio de seguridad nacional en el que se reunía el comité de crisis. El ataque demostró la fragilidad de los centros de poder y podría suponer el principio del fin del dominio de la familia Al Asad. Según la televisión estatal, la explosión costó la vida al ministro de Defensa, Daud Rajha, y al cuñado de Al Asad y subcomandante de las Fuerzas Armadas, Asef Shawkat, y a otros tres altos mandos oficiales. Además, según la oposición, también resultó herido de gravedad el ministro de Interior, Mohamed Ibrahim Shaar, que incluso la cadena Al Yazira dio por muerto.
El rebelde Ejército Libre Sirio (ELS) reivindicó la autoría del atentado. Su portavoz, Sami Kurdi, explicó que el crimen se llevó en coordinación con los escoltas de algunos responsables políticos que estaban en el edificio, y señaló que anteriormente su grupo negó la autoría porque sus combatientes todavía se encontraban en el lugar del siniestro.
Las tropas gubernamentales advirtieron poco después de que perseguirán hasta el final a los culpables. «Las Fuerzas Armadas eliminarán con decisión a las bandas asesinas y las encontrarán en sus guaridas hasta que limpiemos la patria de su maldad terrorista», rezó el comunicado. Helicópteros militares atacaron con ametralladoras y, en algunos casos, con cohetes varios barrios con escondites de rebeldes.
Después del estallido en la sede de la Seguridad Nacional, otras cinco explosiones se escucharon en la capital, según relataron algunos residentes. Entre los blancos se encontraba una unidad de élite del régimen, comandada por el hermano de Al Asad, Maher.
Por otro lado, sin que se pueda contrastar la información, debido al bloqueo que mantiene el poder, activistas sirios informaron de que el avión del presidente Al Asad partió ayer del aeropuerto Messe en Damasco, aunque no dieron datos sobre los posibles ocupantes o el posible destino de la nave.
Tras el cruento atentado de ayer, varios líderes occidentales pidieron una rápida resolución de la ONU para poner fin a la violencia en Siria, pero el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas decidió postergar por un día la votación sobre la renovación del mandato de su misión de observadores militares en la nación, que finaliza mañana. En el órgano de la ONU se están manejando dos propuestas diferentes para una resolución, una de Rusia y otra presentada por Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania y Portugal. Los países occidentales instan a una extensión de la misión de 45 días, mientras que Rusia prefiere sean 90.
No solo prosigue este debate. Con fervor se analiza la cuestión de cuánto durará este último acto de la sangrienta tragedia siria. Algunos analistas creen que éste es el principio del fin, además de plantearse cómo se posicionará el movimiento islámico en la era post Al Asad.
El drama del conflicto llega más allá. Un desertor de las tropas sirias afirmó ayer en una entrevista que publicó la revista alemana Stern que algunos ciudadanos heridos en hospitales reciben inyecciones letales para evitar que relaten los horrores de la guerra civil o simplemente para ahorrar tratamientos costosos. «En una guardia nocturna vi a cinco que fueron asesinados de esta manera», sostuvo el capitán médico Abdalhamid Zakaria, del hospital militar de Aleppo.
Relatos similares se han escuchado de heridos que lograron huir y afirmaban que en las residencias militares les esperaba la detención o la muerte. Zakaria mantuvo que se aplicaban inyecciones de calcio que desencadenan un paro cardíaco.
