Todos hemos pensado alguna vez que la Ley de Murphy se estaba cebando con nosotros. Ya saben, esa ley que sostiene que si algo puede salir mal, saldrá mal, y si aún puede ir peor, irá peor; o, resumiendo, que cuando una tostada se cae al suelo, siempre se estampa ya untada y, claro, por el lado de la mantequilla.
Una hipotética Asociación de Víctimas de la Ley de Murphy celebra su reunión anual en la que, además de contarse las agresiones de la vida contra ellos en el último año, sus miembros disfrutan de una obra de teatro montada por el grupo de la asociación. Este año toca “Tragedia en Handsome House”, una obra policiaca al estilo de las novelas de Agatha Christie, ambientada en la Inglaterra de los años 40.
Por supuesto, no podía ser de otra forma, la práctica totalidad de la compañía se ve retenida en la carretera y los dos únicos actores que han aparecido, a la sazón el presidente y el secretario de la asociación, se ven en la obligación, por aquello de no suspender, de sacar adelante la obra encarnando todos los personajes, con la única ayuda del regidor y el técnico del teatro, que no es que colaboren mucho al éxito del asunto, precisamente.
Ésta es la base de “Murphy. Tragedia en Handsome House”, el montaje que se pudo ver el sábado en el Teatro Juan Bravo, una comedia bienintencionada y fácil, con dos actores solventes, que sirvió para que los espectadores que desafiaron al frío siberiano de este fin de semana pasaran una entretenida hora y media. Porque, quitando algún gag curioso y algún mínimo guiño hacia lo metateatral, esta obra no es más que una manera de pasar el rato; como quien ve un concurso en la tele o se va al bingo.
No es que tenga nada en contra de que la gente vaya a un teatro a pasar el rato y hacer unas risas, pero creo que alguien se tendría que cuestionar hacia dónde va una sala que programa una única obra de teatro para adultos en todo el mes de febrero y lo que ofrece es una obra intrascendente de la que nadie se acordará al día siguiente de verla.
