Como quiera que el sorteo dirigido de octavos de final impide que en esta eliminatoria se enfrenten equipos del mismo país, en cuatro de los ocho duelos de octavos habrá un equipo español. La mitad exacta: los cuatro representantes de la Liga (Real Madrid, Barcelona, Valencia y Málaga) estarán en el bombo. No es un pleno casual, aunque puede que sí cuestionable: los tres alemanes también lo han logrado (Dortmund, Bayern y Schalke) desde otra premisa. Gastar lo justo, invertir en cantera, pagar religiosamente, evitar desfases financieros, repartir equitativamente los derechos de televisión… Mientras que en España se tiene la sensación de que el fútbol sigue (aludiendo al tópico fetiche de la crisis) viviendo por encima de sus posibilidades. Da igual que Valencia y Málaga estén en pleno proceso de normalización después de los desfalcos del pasado a medio y corto plazo, respectivamente. Los pufos siguen estando ahí; las deudas acumuladas, también. Y tampoco merece lanzar las campanas al vuelo (con reconocer el mérito es suficiente) viendo cómo el grupo del Valencia lo completaban dos medianías como el Bate Borisov y el Lille -de los que sufrirían para mantener la categoría en España-, y cómo al Málaga le ha bastado con poner a raya a un Milan penoso (es duodécimo en la Serie A) para meterse como primero de grupo. Añadiéndole el segundo puesto del Real Madrid y la derrota del Barça hace dos semanas en Glasgow, no es un pleno para sacar pecho… pero sí para soñar.
De toda la jornada, un detalle (o no tan detalle) llamó poderosamente la atención: el arbitraje canalla que sufrió el Real Madrid en Manchester. Hacía mucho tiempo que no se veían 45 minutos así de vergonzosos por parte de un colegiado de máximo nivel mundial. El italiano Gianluca Rocchi fue el triste protagonista de un deja vu que creíamos olvidado: esos arbitrajes de los años 80 y primeros 90, donde no todo se televisaba globalmente y, ocultos en la clandestinidad, algunos equipos sufrían afrontas increíbles entre penaltis y expulsiones que les condenaban a eliminaciones inexplicables. Eran los tiempos en los que solo las radios y las rabietas del día siguiente daban fe de lo ocurrido.
La labor de Rocchi en la segunda parte del City-Madrid estuvo, voluntaria o involuntariamente, destinada a que el cuadro local terminase empatando o incluso ganando su partido. Faltas clamorosas sobre Cristiano Ronaldo que se iban al limbo, un penalti inexistente que, además, se cobró la tarjeta roja de Arbeloa…
Si no llega a ser porque el Dortmund ya ganaba con claridad en Amsterdam, pensar en manos negras hubiese sido lo más normal. ¿O es que, quizás, el Real Madrid ha olvidado hacer sus deberes institucionales?
