Esta doctora, afincada en Segovia y radióloga en el Hospital General, decidió que este era un buen momento en su vida para, junto con otros once compañeros y en colaboración con la ONG Ashuade, partir a Tabarre, un barrio de Puerto Príncipe, muy necesitado tras el terremoto que devastó el país hace dos años.
La religiosa carmelita Nati Ruiz fue la que terminó por convencer a Olga, ya que como afirma “Conocer a Nati Ruiz es enamorarte de Haití”.
La ONG mantiene durante todo el año un comedor para niños desnutridos y un colegio, y además durante el verano, organiza un campamento para que los niños se diviertan, en el que además se imparten clases de salud e higiene.
En un principio la labor de Olga sería colaborar en el campamento, pero, como explica “siendo médico allí no paras”, por lo que, durante su estancia en Tabarre Olga “estaba en los poblados asistiendo lo que iba surgiendo sobre la marcha y enviar niños al comedor de desnutridos”.
Por las tardes, Olga y sus compañeros se dedicaban a impartir en el colegio clases de español y talleres de autoestima para las mujeres del barrio, mientras ellos también recibían clases de criollo.
Esta doctora expresa su gratitud a los segovianos, calificándolos como extremadamente generosos en sus contribuciones. Los seis segovianos que partieron a Haití llevaron personalmente el dinero que está permitiendo la construcción de una panadería y una herrería en el barrio haitiano.
La situación del país, como Olga trasmite, es sobrecogedora, ya que el país es “un horror, un auténtico desastre”. Para aquellas personas “tu eres la esperanza”. “Que la ‘gente blanca’ vaya allí para ellos significa que alguien quiere que salgan de aquello”.
La limitación respecto a las infraestructuras es muy grande, y Olga solo contó con los medicamentos que trajo desde España. A pesar de que los recursos son escasísimos, a veces lo que los haitianos necesitan es sencillo, “lo que importa es conocer sus necesidades, que les escuches o que les dediques una sonrisa”.
Ayudar a personas que viven en un país azotado por la pobreza es una experiencia que modifica por completo la forma de ver la vida. “La experiencia te cambia completamente tu escala de valores” afirma Olga. No quiere sonar tópica, y realmente no lo es afirmando que al estar en Haití “te das cuenta de que los más pequeños son los más grandes y los más pobres son los más ricos”.
Olga confiesa que los primeros días pensó que no podría hacer nada, porque la situación es desastrosa, “pero después ves que un granito de arena es un cambio enorme”. Porque a pesar de que lo que das es mucho, “más aún es lo que recibes”.
La colaboración, aunque sea mínima, es fundamental para mantener la esperanza de las nuevas generaciones de haitianos. “Con 25 euros se paga un año de colegio de un niño, y no solo le das la educación, allí desayunan y almuerzan, y eso es lo que comen en todo el día”.
A pesar de que son necesarios profesionales de todos los sectores, lo fundamental es la labor humana que allí se hace, porque ver las caras de felicidad, como la que Olga vió tras curar al nieto de una anciana del barrio, no se paga ni con todo el oro del mundo.
Los haitianos han enseñado a Olga Montesinos una máxima que le acompañará toda su vida:“cuando menos tienes, menos necesitas y más fácil es ser feliz”, y gracias a su colaboración y su espíritu solidario, esta mujer ha dejado irremediablemente una parte de su gran corazón en el país para siempre.
