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La Escuela de Salamanca

por José Luis Mora y Juan Manuel Moreno *
14 de diciembre de 2025
Universidad de Salamanca.

Universidad de Salamanca.

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Entre las azucenas olvidado

Domingo de Soto, un segoviano en la fundación de la Escuela de Salamanca

Juan de Contreras, marqués de Lozoya (III)

Durante los cuatro viernes del pasado mes de noviembre la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce ha ofrecido un curso dedicado a esta Escuela fundada por teólogos dominicos en la Universidad de Salamanca, de la cual se cumplen quinientos años en 2026. Fue en 1526 cuando Francisco de Vitoria llegó a Salamanca procedente de Valladolid, tras haberse formado en París (1508-1523), iniciando una profunda renovación de la Teología desde su cátedra de Teología de Prima de la que tomó posesión en el otoño de ese año.

Cuatro profesores de gran prestigio en este campo han trazado las líneas más importantes de un proyecto que el humanismo renacentista impulsó sobre diversos campos del saber: el rigor del método filológico que condujo a la necesidad de regresar a las fuentes eludiendo una metodología que llevaba más a la disputa que al genuino saber; cultivo de la ciencia, principalmente la física y la medicina, al tiempo que asentaban algunos peldaños de las futuras ciencias sociales, tanto de la Psicología como de la Sociología o la Economía. Este impulso alcanzó también a la Teología, corrigiendo los excesos del escolasticismo, y a la Espiritualidad que hoy conocemos como Mística y de la que hemos heredado textos que expresan una gran riqueza interior.

Tres fueron los pilares de este humanismo en la España de los Reyes Católicos y de los primeros Austrias, en las décadas que siguieron al descubrimiento o encuentro con las tierras y gentes al otro lado del Atlántico. En palabras de Javier García Gibert (2022) fueron “la idea de la igualdad esencial de todos los humanos, al margen de su raza, religión u origen social”; “la conciencia permanente y simultánea de la dignidad y la miseria del humano como elementos constitutivos e indisociables de nuestra naturaleza”; y, finalmente, “la consideración de la plena libertad interior para actuar en un sentido u otro” por lo cual el hombre, como criatura privilegiada creada por Dios, estaba obligado a conocer el orden natural, necesario para desarrollar la sociabilidad humana. A la memoria nos vienen autores y títulos de obras fundamentales que sostenían estas ideas que conformaron un tiempo que hizo virar los viejos saberes tal como se habían cultivado en la Edad Media. Quizá el valenciano Luis Vives por encima de los demás.

5. espiritualidad del indio. ilustracion del libro La escuela iberica de la pazEl mundo se había ensanchado y la realidad se había vuelto más compleja. No solo los saberes científicos hubieron de buscar nuevas respuestas y así nos lo recuerda la estatua de un pensativo Andrés Laguna, esculpida por Florentino Trapero hace ya más de medio siglo. La propia Iglesia se incorporó a la búsqueda de esas necesarias reformas. Así nos lo recuerda, igualmente, el torreón de la familia Arias Dávila por su contribución a la introducción de la imprenta en España o el convento de Santa Cruz la Real a cuya orden pertenecerían los principales teólogos de la Escuela Salmantina, incluido Domingo de Soto. Y, por supuesto, el convento de las Carmelitas descalzas de San José fundado en 1574 o el Convento de San Juan de la Cruz regido por el santo en los últimos años de su vida, defensor “de la libertad profunda de cada alma de seguir su propia inspiración”, así como “del pluralismo teológico del Carmelo”, como bien nos ha explicado Rosa Rossi (1993). Y nos queda la presencia del colegio de los jesuitas en Segovia hacia 1559 como nos da cuenta en su estudio Cristina García Oviedo (2015) y en el cual hay constancia de que fue profesor de Teología Francisco Suárez en 1571. Suárez vendría posteriormente, ya en los finales del XVI y comienzos de la centuria siguiente, a completar la doctrina de la Escuela de Salamanca desde su cátedra en Coimbra. Y de toda esta presencia del espíritu humanista del XVI en Segovia nos queda la planta inicial de la catedral a la que han dedicado su tiempo y conocimiento Antonio Ruiz y Teresa Cortón entre otros.

Así pues, la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce tenía el compromiso de ofrecer su aula a la mejor difusión de este rico pensamiento con especial referencia a la concreta aportación que hicieron los teólogos que conformaron la Escuela de Salamanca, extendida luego hacia Portugal hasta ser denominada como Escuela Ibérica de la Paz, en expresión bien acertada del catedrático de la Universidad de Lisboa, Pedro Calafate, quien cerró el ciclo de las cuatro lecciones impartidas con referencias explícitas a los teólogos españoles que enseñaron en las universidades de Évora y Coímbra, así como de los teólogos portugueses que abundaron en las enseñanzas salmantinas y las completaron con su conocimiento del Brasil.

Las dos sesiones intermedias estuvieron dedicadas al segoviano Domingo de Soto y a Diego de Covarrubias, obispo de la diócesis segoviana durante unos trece años, y cuyos restos reposan en la catedral. Fueron sus ponentes David Jiménez, profesor de la propia Universidad de Salamanca e Ignacio Ezquerra, profesor de la Universidad de Cantabria. El curso fue abierto por el profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca Miguel Anxo Penas, excelente conocedor de la obra del P. Francisco de Vitoria y de los antecedentes y desarrollo de la Escuela. Todos ellos cuentan con abundante producción científica al alcance de los lectores interesados.

Convento de Santa Cruz la Real (Segovia). Portada.
Convento de Santa Cruz la Real (Segovia). Portada.

Mas, si hay razones históricas que justificaban este curso, no son menores las que muestran la enorme actualidad de los temas abordados por aquellos teólogos tan influenciados por el humanismo que estuvo en el espíritu de quienes fundaron la propia Universidad Popular Segoviana y siguen hoy tan vinculados a la defensa de los derechos humanos. Nos remitimos en este sentido al libro coordinado por la profesora María Martín, El pensamiento vivo de la Escuela de Salamanca (2024) para una visión completa que alcanza a mostrar la necesaria Proclamación de los Derechos Humanos el 10 de diciembre de 1948; o la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas Pertenecientes a Minorías Nacionales o Étnicas, Religiosas y Lingüísticas (1992); y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (2007); la Corte Interamericana de Derechos Humanos (1978) o tribunales como la Corte Internacional de Justicia, establecida en La Haya a finales de la segunda guerra mundial. Iniciativas todas ellas en las que laten las propuestas de la Escuela Ibérica de la Paz.

En las llamadas Relecciones, solemnes proclamaciones que los catedráticos peninsulares exponían una vez al año como posición de la universidad ante temas fundamentales, destacan sus reflexiones sobre el poder civil, sobre los derechos de los indios, la esclavitud, la sodomía, la guerra justa, el derecho de resistencia al tirano y otros de carácter jurídico y moral.

Pedro Calafate y Ramón Emilio Mandado, en el precioso volumen publicado por la Universidad de Cantabria, en edición bilingüe y en modelo álbum, Escola Iberica da Paz/La Escuela Ibérica de la Paz (2014), han reunido un buen número de textos con ilustraciones brillantes de estudiantes de Bellas Artes de la Universidad de Lisboa.

Estatua de Francisco de Vitoria frente al convento de San Esteban de Salamanca.
Estatua de Francisco de Vitoria frente al convento de San Esteban de Salamanca.

En tres puntos podríamos resumir los temas nucleares abordados por los teólogos de esta Escuela.

En primer lugar, la llamada recta ratio, que heredaron de Cicerón, y que Cançado Trindade, magistrado del tribunal de La Haya durante muchos años, en el largo Prefacio que abre el volumen mencionado de La Escuela Ibérica de la Paz, caracteriza como el ejercicio conjunto de “la justicia, la buena fe y la benevolencia”. Tales principios –añade–son cogentes, emanan de la conciencia humana y afirman ineludiblemente lo jurídico y lo ético, ya que el Derecho Natural refleja los dictámenes de la recta ratio en donde se fundamenta la Justicia. La recta razón es la fuente material última del Derecho de Gentes, base de la razón de humanidad que impone límites a la razón de Estado. Los maestros peninsulares antepondrán siempre la Razón de la Humanidad y la dignidad de la persona, desde donde proceden los mandatos imperativos del Derecho.

Así pues, el segundo punto y central en esta doctrina es el Ius Gentium, término que hace referencia a las normas y principios comunes a todos los pueblos. El Derecho de Gentes por un lado determina las limitaciones del poder del propio Estado y del Soberano, que hace de la violencia una acción ilegítima, y por otro elimina el relativismo moral que no puede refugiarse en la pluralidad de culturas. Regula una comunidad internacional constituida por seres humanos. Con el descubrimiento de América, en los albores de la globalización, Francisco de Vitoria establece la unidad de la propia humanidad en un mundo que comenzaba a comprobar la diversidad de culturas y en el que se iniciaban las formas embrionarias de lo que serían Estados. Las Relecciones que dicta Vitoria, a partir de 1537, alcanzarían su culminación en las dos Relecciones de 1539, ambas sobre los derechos de los indios y la guerra justa, corrigiendo el Requerimiento redactado en 1513 por Juan López Palacios, que sostenía una concepción teocrática del poder.

Por ello el tercer punto que aborda esta Escuela viene exigido por los anteriores que conducen necesariamente a una revisión de la legitimidad del poder. Como ha explicado Pedro Calafate, según los maestros salmantinos y sus discípulos iberoamericanos “el poder civil no fue concedido directa e inmediatamente por Dios a los príncipes, sino a los hombres asociados en comunidad”. Pues si bien Dios es el origen del poder, no es la causa más cercana del poder, que ha de emanar del pueblo, de la comunidad, “ya que el poder civil es naturalmente constitutivo de todas las comunidades humanas como condición necesaria y natural de la realización de su fin último, o sea, el bien común, traducido en la justicia y la paz” (Calafate, 2022). Así pues, fueron estos teólogos los que iniciaron un proceso de secularización del poder corrigiendo los excesos de la divinización del poder. Recordemos las palabras de Domingo de Soto en su texto básico De iustitia et iure: “para que una sociedad instituya un rey o un emperador a quien transmita su autoridad, se requiere que se reúna en asamblea, o que al menos la mayor parte consienta tal elección” (1556). En definitiva, como señala Francisco de Vitoria (1539), la “utilidad y finalidad” del poder público y de la sociedad o comunidad son una misma cosa: evitar la disgregación de la república o la aniquilación de la ciudad gracias a que alguien “ha de preocuparse de mirar por el bien común”. Esta idea de la organización en sociedades rompe la idea de imperio y, por consiguiente, “el Emperador no es señor de todo el orbe”. Del mismo modo el Papa solo tiene “poder temporal en orden al espiritual”, por lo que “no tiene ningún poder temporal sobre los indios bárbaros ni sobre los demás infieles.” Se trata de una corrección radical a cualquier forma de poder absoluto y a la justificación de un carácter teocrático. Al limitar la legitimación del poder se limitaba igualmente la legitimidad de la guerra de la que se excluyen las motivadas por “diversidad de religión”, “ampliación de los dominios”, o “la propia gloria del príncipe o su provecho”. “Una injuria no basta para hacer la guerra”, ni que el gobernante “crea que tiene una causa justa para hacerla”, pues “la justicia de una guerra debe ser examinada con sumo cuidado y diligencia”. Esta Relectio, la segunda dictada por Francisco de Vitoria sobre “el derecho de la guerra de los españoles sobre los bárbaros”, mantiene toda su vigencia hasta sostener que “no es lícito a los súbditos convencidos de la injusticia de la guerra tomar parte en ella, estén o no equivocados”.

Así pues, como conclusión, podríamos decir que esta Escuela recibe con toda propiedad el nombre de “Escuela de la Paz” pues la paz no es solo el estado deseable, sino el estado natural que nos hace humanos y no animales. El instrumento para alcanzarla es la educación y una estructura jurídica basada en la legitimidad del poder, las relaciones de cada república con las demás, los derechos de propiedad de la tierra, la dignidad de la persona, la guerra justa y la concepción de la humanidad como una realidad universal que incluye las diferencias pero elimina cualquier atisbo de relativismo moral.

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* Real Academia de Historia y Arte de San Quirce.

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