A pesar de años clamando por unas Fuerzas Armadas suficientes en número de militares y dotación de material, no deja de parecerme paradójico que se pueda imponer en la próxima Cumbre de la OTAN el porcentaje del 3,5 % del PIB en defensa a alcanzar en 2030, y del 5% para pocos años después. Digo paradójico porque si el Tratado de Washington de 1949, por el que se rige la OTAN, deja en su artículo cinco a cada una de las partes la potestad en la forma de respuesta a una agresión militar a uno de sus miembros, ¿cómo ahora se nos empuja desde una de ellas a una cifra taxativa de inversiones en defensa que, aun pudiendo llevarnos a la vanguardia tecnológica, va a tener una presunta incidencia capital negativa en el desarrollo del resto de necesidades de la nación, salvo inexorable y necesaria motosierra a las desaforadas y opulentas canonjías? y ¿por qué el 5% y no el 12 o el 2,3? ¿Es una ocurrencia Indo-Pacifico?
Son las partes otánicas las que deben establecer cómo cumplir sus compromisos según los escenarios previstos y cuánto deben invertir en ellos. Nada de rotulador grueso y tabla de precios de un bar de barrio. Libertad en el compromiso, aunque EEUU amenazase con abandonarla. España se comprometió en 2022 al 2% en 2029, y ya lo hará este año, salvo trampas al solitario, prácticamente imposibles en la Organización. Y el escenario otánico no ha cambiado desde junio 22. De concretarse mandato tan oneroso, el Gobierno va a tener difícil cómo explicarse. Y que se prepare la oposición porque podría ser la «culpable» al no haber presupuestos ni acuerdo para la inversión. No descarten elecciones en verano.