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40 de fotos

por Mario Antón Lobo
17 de marzo de 2024
en Tribuna
MARIO ANTON LOBO
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Se me cumplen 40 años: 20 analógicos más 20 digitales. Todos estos años llevo almacenando fotos. No sé qué explica el placer de que las fotos las hiciera yo. Si reveo la colección desde el presente hacia el principio cada vez hay fotos peores. Será que la experiencia es un grado. O que las máquinas son cada vez mejores.

De vez en cuando me dedico a repasar. En cada repaso caen unas cuantas, qué malas, qué fracasos. En cada repaso sobreviven la mayoría: qué buenas intenciones, qué momentos irrepetibles.

Me pregunto de dónde nació la afición fotográfica. Creo que en mi niñez, en las películas que vi, se iba fraguando algo. El salto lo di con mi novia: era tan guapa. Un ingrediente importante del viaje de novios fue comprar la máquina y liarme a disparar: qué pocas fotos salían sin ella.

El siguiente impulso fue mi hija. Ahí ya era consciente de que la vida no vuelve. Quería dejar algo de recuerdo.

Tampoco sé en qué momento empezaron a salirme pretensiones artísticas. Algunos me animaban, caía algún premio. Todo terminó en una pasión imprescindible: la fotografía. Cómo me lo paso de bien haciendo fotos.

Remuevo. En este último repaso he caído en la cuenta de las personas que faltan. Mis carpetas son una especie de cementerio, risueño, de muertos que aparecen vivos. No tienen pie de foto, pero todos podrían llevar mi sonrisa, mi recuerdo, eso que les habría dicho y no dije porque confesarles mi amor, o mi simpatía, me parecía cursi. Al revivirlos, de alguna manera, les recompenso con un poco de la resurrección que algunos pretendían alcanzar. En cambio, a los que todavía viven me dan ganas de ponerles “me alegro de verte”, que si me encuentro con ellos es la muletilla que más me gusta repetir.

No cuaja una idea que me surgió hace tiempo: fotografiar a lo Schommer a todas las personas que admiro y publicar el resultado. Entre la pereza que me da a mí y el miedo al rechazo se me van pasando los días. Más el lío de los derechos de imagen.

Hoy preveo con resignación que las desapariciones de mis retratados aumenten. Fotografía ni literatura pueden impedir… “que las agujas avancen en el reloj”, que cantaba el Serrat. Y hoy me vuelvo a preguntar una tontería: ¿qué será de mis fotos cuando yo me vaya?

No es que en mi casa no tengan interés por mi afición. Están a otras cosas: no tienen tiempo, no saben acceder a mis archivos. De hacerlo incluso les causaría pena, supongo.

De lo cual se deduce que estoy asistiendo al entierro de mis fotos, mis queridas obras de arte. Que las estoy enterrando yo mismo. Que estoy azaqueneando contra el olvido, pero para el olvido. No me ha dado tiempo a ser un Riosalido o un José María Heredero Arribas, por citar dos queridos y cercanos.

Pero es el momento de mi vida en el que la inutilidad del proyecto no elimina el proyecto. Aquí estoy, más o menos en pie, andando el camino a trancas y a barrancas, haciendo fotos porque me da la gana, para nada, compitiendo conmigo mismo, siempre insatisfecho, soñando la foto ideal, pensando en una máquina de fotos mejor que sea la definitiva. Desaprovechado el día que no pillo nada, orgulloso si sacan una foto mía en un programa de actos o si pillo la silueta de una niña comiéndose un helado.

Siempre he admirado a las vacas pastando con paciencia en el campo, sea caluroso verano o invierno helado. A las ovejas que cortan la hierba al relance de su paso. A las nutrias del río o a los cisnes del estanque. ¿Qué hacen? Yo hago fotos. Puede que venga el visón pirata y se coma a los patos o la grulla altiva se meriende a los peces, puede que el transeúnte pise las chiribitas antes de que decaigan con el calor o que el cazador acierte y vaya la torcaz a tomar por saco. Estas pequeñas circunstancias no nos apartan de volar, de nadar, de adornar. De hacer fotos. Si me preguntas para qué me matas.

Hoy no quiero pensar en que no engrano en la cadena del comercio que salva al mundo y lo lleva desde la cueva hasta la urbe, desde la indigencia hasta la opulencia. Si miras hacia arriba, hacia los lados, entre las ramas, ese que ya no canta, pero hace fotos, puedo ser yo: más o menos un pájaro.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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