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40 años no es nada

He querido comenzar este artículo con la letra de este hermoso y melancólico tango de Carlos Gardel, que es una de mis canciones favoritas. Habla de la necesidad de cultivar recuerdos y de regresar, física o espiritualmente, a los lugares que nos han construido y hecho personas

por El Adelantado de Segovia
20 de octubre de 2024
en Opinion
JESUS FRANCISCO RIAZA
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A vueltas con el controvertido parking del Paseo del Salón

Quinto Centenario de la Escuela de Salamanca: Domingo de Soto

Tiempos inciertos

Volver

con la frente marchita

Las nieves del tiempo

Platearon mi sien

Sentir, que es un soplo la vida

Que veinte años no es nada

Que febril la mirada

Errante en las sombras

Te busca y te nombra.

Vivir

con el alma aferrada

a un dulce recuerdo

que lloro otra vez”

He querido comenzar este artículo con la letra de este hermoso y melancólico tango de Carlos Gardel, que es una de mis canciones favoritas. Habla de la necesidad de cultivar recuerdos y de regresar, física o espiritualmente, a los lugares que nos han construido y hecho personas. Al mismo tiempo, el autor, nos habla de la fugacidad de la vida, de cómo el tiempo pasa tan rápidamente que se nos escapa de entre las manos. Siempre me pareció una exageración eso de que “veinte años no es nada” hasta que me he hecho mayor. Ahora lo comprendo perfectamente.

En el titular de este artículo, he añadido 20 a los 20 porque hoy hace cuarenta años que fui ordenado sacerdote por D. Antonio Palenzuela en la iglesia del Seminario. Y la verdad es que se me han pasado volando. No es que no me parezca que han pasado muchos años, sino que lo que me parece es que han ido muy rápidos, especialmente los últimos. Porque aunque comprendemos que el tiempo objetivo es el mismo, la percepción del paso de los años cambia.

La ordenación fue, como he dicho, un atardecer en la iglesia del Seminario. Recuerdo que, como toda la familia es de fuera, aquel día comimos en el desaparecido “La oficina” y que después de la ordenación, el convite al que estaba invitada toda la gente, fue en la casi desaparecida “La Floresta”. Es lo que tienen los años, que empiezas a recordar cosas desaparecidas. El “lunch”, como se llamaba en la época, fue una cosa ligera, sin sentarse, en la que me sentí acompañado por mucha de la gente de los lugares donde yo había estado inciándome en la pastoral. De Cuéllar, mi primera experiencia, y de La Pedriza (Urueñas, Villaseca, Castrillo, Adehuelas e Hinojosas) que eran los pueblos de los que era párroco Jesús Sastre, de feliz memoria, con el que yo pasé año y medio al regresar de la mili.

Volver a estos lugares siempre me ha provocado una emoción especial, como decía el tango. Como volver a esos otros pueblos en la zona de Ayllón donde pasé casi once años, y especialmente a Corral, el pueblo donde viví los primeros seis años de ministerio. Hace un año, al comenzar esta colaboración, ya hice una ligera semblanza de mi recorrido vital, así que no insisto.

Pero sí quiero recordar algunas de las palabras que D. Antonio me dirigió en la homilía de ese 20 de octubre de 1984.
Como recordarán los que fueron ordenados en esa época, D. Antonio tenía la costumbre de leer la homilía que viene en el ritual de la ordenación. Como era tan preciso en sus expresiones, le gustaba ese texto tan bien estructurado y perfectamente medido. Para nosotros, sin embargo, lo interesante venía después, cuando cerraba el libro y reflexionaba con su voz profunda y quebrada, pausada y precisa, para dirigirse a todos, pero especialmente a nosotros, con entrañable afecto. No nos omitía las dificultades de la decisión que habíamos tomado, pero insistía en que el Espíritu no nos habría de faltar cuando lo necesitásemos. Nos aseguraba que Dios nos fallaría y que bastaba la confianza y la oración serena. Nos recordaba que llevábamos en nuestras frágiles manos un misterio de amor que nos superaba. Por eso él decía que “el gozo de la ordenación viene acompañado de temor y temblor. El gozo es de Dios y el temblor del hombre” terminaba diciendo, según el texto de la homilía pronunciada, en la ordenación creo que de Pablo Montalvo, y recogida en el libro “Monseñor Palenzuela, obispo, pensador y teólogo” publicado por Ángel Galindo y Miguel Martínez.

Cuarenta años después recuerdo con afecto esos días. No todo ha sido un camino de rosas pero tampoco he tenido grandes contratiempos. Lo cierto es que nuestro tiempo se pasa rápido, como dice el salmo 144: “El hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa”. Sabiendo que los salmos son cantos litúrgicos, el lector estará de acuerdo conmigo en que a algunos de ellos les iría muy bien el sonido del bandoneón.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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