Ya han transcurrido treinta años de aquel hito para el deporte que supuso un punto de inflexión tanto para la autoestima de los deportistas hispanos como para la propia sociedad española. Los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 fueron declarados los más innovadores, además de presentar una organización digna de elogio. 22 medallas (13 de oro, 7 de plata y 2 de bronce) fue la enorme cosecha alcanzada por los deportistas españoles, que hasta ese momento habían tenido una presencia casi testimonial en las anteriores citas.
Los españoles vivimos con emoción todo el proceso desde la declaración de Barcelona como sede olímpica hasta el momento de la clausura de los Juegos. Entre los actos más emblemáticos que se pudieron vivir se encontraba el traslado de la antorcha olímpica por todo el territorio peninsular. Precisamente Segovia acogió la llegada del fuego olímpico el 7 de julio. Además de los relevistas voluntarios, el Ayuntamiento de Segovia, sede donde pernoctó la llama olímpica, seleccionó a diez deportistas locales tanto para hacer los últimos tramos hasta llegar a la plaza en la que esperaban miles de personas, como los primeros relevos tras la salida de la sede consistorial al día siguiente.
Tuve la suerte de ser elegido como primer relevista para sacar la llama del pebetero que estaba instalado en el Ayuntamiento y bajar la calle Real llena de público que había madrugado para ver el acontecimiento. Todavía, después de tantos años, siento los nervios del momento y el sentimiento de orgullo de haber contribuido a difundir los valores del Movimiento Olímpico de excelencia, amistad y respeto.
