A dos días para el fin de año, si tuviéramos que ponerle un calificativo tendríamos que llamarle, políticamente, el año de Ábalos, Aldama y Koldo. Pero cuando pasado mañana estos personajes hayan pasado al olvido, este año lo recordaremos como el año de la DANA, al estilo de los conocidos como el año de la Filomena o el de la Pandemia.
No me apetece demasiado comentar los sucesos políticos ni entrar en esa turbia historia de corruptelas y mucho menos en el consabido desparpajo con el que nuestra clase política utiliza el “y tú más” para no asumir ni una sola responsabilidad. Sólo dejar claro que sigo creyendo en la presunción de inocencia de los encausados y en la objetividad de los jueces. En otra época podría parecer una afirmación tan elemental como innecesaria, pero no lo es en estos tiempos. La subjetividad se ha adueñado de todos los ámbitos de la sociedad y resulta especialmente doloroso el que los propios medios de comunicación hayan convertido la información en opinión, olvidando su vocación de objetividad.
El suceso trágico de la DANA nos dejó un rastro de muerte y destrucción, de indignación y generosidad como no se había visto en España desde los tiempos del Prestige. Parece evidente la incompetencia de los dirigentes políticos pero no debemos olvidar que no se puede estar preparado para algo así. Es seguro que se podría haber actuado mejor, pero nunca va a estar garantizada una seguridad total ante una naturaleza desbocada. Nos han educado para pensar que lo podemos todo, que no tenemos límite y que todo tiene solución, pero no es así. La vida y la naturaleza tiene sus dinámicas que se salen de nuestros cálculos y aceptarlo es comenzar a poner soluciones de futuro, aunque sean tan difíciles como que los dirigentes políticos reconozcan sus errores.
Al mismo tiempo que una gran desolación, la Dana dejó un gran reguero de solidaridad. Si fue muy comentada la accidentada visita de los Reyes acompañados del Presidente del Gobierno y del Presidente de la Generalitat Valenciana —en la que los Reyes, por cierto, dieron todo un recital de saber estar y demostraron que son unos buenos profesionales de su cargo— pasó completamente desapercibida la visita del cardenal Michel Czerny, enviado especialmente por el Papa Francisco para visitar la zona. El 15 de noviembre celebró misa en la destartalada iglesia de Paiporta y dijo “es impresionante ver un templo que es almacén para que la gente pueda comer o limpiarse. Pero también es impresionante que haya un ambiente de fe, de oración y de esperanza”. En este mismo sentido, me pareció admirable la lúcida decisión del párroco de esta parroquia que mandó a los feligreses a casa cuando comenzó a llegar un pequeño reguero de agua y suspendió la misa a pesar de las reticencias de algunos que no veían peligro porque no llovía. Allí han decidido conservar la imagen embarrada de un Cristo sepultado por la inundación y me parece mucho más significativa que la noticia, supongo que falsa, cargada de ñoñería milagrera de que un copón se había salvado de las aguas, como si fuese un nuevo Moisés.
Gente de todo tipo, pudientes y necesitados, han dado su pequeño donativo conmovidos por la desolación que la riada ha causado. La mejor solidaridad es la que se traduce en ayuda económica, aunque las ayudas en especie nos dejen mejor sabor de boca. Cuando redacto este artículo, Cáritas Segovia había recaudado 88.000€ y la cuenta abierta por el obispado 82.049€. Ambas cantidades han sido enviadas a Cáritas Española y a la Diócesis de Valencia respectivamente.
Cáritas, en Valencia, ha trazado cuatro líneas de acción: en primer lugar, la restitución de los medios de vida y necesidades básicas como alimentación, higiene, ropa y movilidad; en segundo lugar, ayudas para rehabilitar las viviendas, comprar los enseres elementales y pagar alquileres; en tercer lugar, atención psicológica tanto individual como en grupo y, finalmente, ofrecer medios para atender especialmente a niños y mayores. Como esto no se puede desarrollar de la noche a la mañana, tras atender las necesidades más urgentes, Cáritas se ha propuesto invertir todo lo recaudado a lo largo de los próximos tres años.
Comenzamos 2025 con el deseo, siempre renovado, de que sea el Año de la Paz, en Ucrania, en Oriente Próximo y en todos los lugares donde las armas son la única forma de expresión.
