La reconquista de las tierras hispanas y, en ellas, las más importantes, estratégicas y hermosas ciudades del sur que impulsaron los reyes de Castilla no fue tarea fácil. Hubieron de contar para ello con las esforzadas gentes de las tierras castellanas, en cuya vanguardia estaba Segovia que se iba consolidando como tierra de frontera.
Culpo a los Segovianos, en esta secular tarea, por intervenir decididamente en la conquista de Madrid, siendo rey Alfonso VI, así como en la toma definitiva de Cuenca a la que se pasaría prácticamente íntegro el Fuero de Sepúlveda. Fue decisiva la actuación de la milicia segoviana en la batalla de las Navas de Tolosa y, acaso, las que les dieran más prestigio como fueron las de Córdoba y Sevilla, bajo el reinado de Fernando III el Santo, hijo de la segoviana doña Berenguela, y único rey, entre los que mandaron en tierras hispanas que mereció llegar a los altares.
Ocurrió que, como dicen las crónicas que hemos consultado, unidos los reinos de León y de Castilla en la persona del rey Fernando y conocedor éste de las fuerzas de ambos reinos, que permitían la recuperación por los cristianos de lo que antes ya fuera “de ellos“, determinó ir contra los que ocupaban la ciudad de Úbeda, “ ganándola el 29 de septiembre de 1234, con especial agradecimiento al Arcángel San Miguel, cuya fiesta era ese día “.
Andaba al servicio del Rey Santo, entre los diferentes adalides segovianos que servían en armas, uno de especial liderazgo llamado Domingo Muñoz, descendiente directo del noble caballero burgalés Martín Muñoz, poblador que había sido de la tierra segoviana viniendo del norte y que casó en Segovia con Jimena Bezudo, hermana de Pedro Rodríguez Bezudo y de Gutierre Bezudo, famosos capitanes segovianos que ganaron la ciudad de Cuenca. Los hijos de este matrimonio, Martín Muñoz “el Menor”, Blasco Muñoz y Gutierre Muñoz dieron nombre a poblaciones nuevas hechas por el iniciador de la ilustre saga familiar, compuesta luego por “ricos homes“, capitanes y santos, como muestra la historia de Segovia, particularmente en la conquista de Córdoba el año 1235. Precisamente en la villa de Martín Muñoz, a la que se añadió luego el apelativo de “las Posadas”, vino a nacer el que fuera poderoso Cardenal, Presidente del Consejo de Castilla e Inquisidor General (digamos el Presidente del Gobierno, para entendernos) el famoso Diego de Espinosa, de muy recia personalidad y muy afamado por su prudencia y agudeza al servicio del también prudente Felipe II.
Pero, volvamos a Domingo Muñoz, el conquistador de Córdoba. Sabemos que era “cargo de mucho honor y confianza en la guerra de aquel tiempo” como muestran las leyes y las crónicas de Castilla. Tenía acreditada la alta responsabilidad de ser uno de los adalides o maestres de campo. Es lo cierto que este, nuestro Domingo Muñoz, había quedado como responsable de la guarda y defensa de Andújar y es, entonces, cuando conoce, por boca de algunos cautivos moros que tenía en su plaza y que habían sido apresados en una descubierta, que Córdoba se guardaba “con poco cuidado” y por ello comunicó de inmediato, como aseveran las crónicas que narran estos hechos, con Martín Ruiz de Argote y con Pedro Ruiz Tafúr para que le acompañasen al asalto de la principal plaza, y cabeza, del Califato.
Fijada la fecha de la embestida esta se haría por la noche, por ser ello propicio a la sorpresa. Antes comunicó a don Alvar Pérez de Castro, que se encontraba en Martos, que acudiese en socorro y refuerzo de la empresa. Partieron los segovianos hacia Córdoba haciéndose acompañar por Álvaro Colodro y por Benito de Baños pensando el segoviano que serían de amplia utilidad dada su condición de almogávares y capitanes de caballos que, aparte de ser empleo honroso les preparaba para ser adalides en el “escalafón de grados de la milicia de conquista” y pensando que por ello habrían de luchar con más interés y denuedo, aparte de su conocimiento mejor del mundo de los moros.
Aproximáronse todos muy en silencio, siendo noche cerrada de enero de 1236, a los muros de Córdoba por la parte septentrional y el arrabal que se nombra de la Axarquía. Acechando las torres tuvieron la confirmación de que el descuido en la defensa era cierto, por lo que Domingo Muñoz animó a las milicias dispuestas, de esta guisa: “Las grandes empresas, amigos, se consiguen aumentando hasta el fin el valor con que se comenzaron; el ánima grande y el valeroso intento que os metieron en tanto peligro os han de sacar del; que Dios, principio y fin de las cosas, á de favorecer su causa y vuestro valor por la intercesión de su madre y primo Santiago patrón nuestro: Santigüémonos y arrojemos presto las escalas para ganar con la escuridad puesto para la defensa. Pero cuando la claridad del alva nos manifieste a tantos enemigos, podremos defendernos en la altura de esas torres y adarve, mejor que en este llano”.
Animados los asaltantes con la razones de Domingo Muñoz y urgidos por el peligro de estar en descubierta arrimaron tres escalas, y, dado que ninguna alcanzaba, atando unas con otras subieron primero Álvaro Colodro y Benito de Baños, prácticos, como dijimos, en la lengua arábiga y buenos conocedores de los trajes y ropajes, costumbres y hábitos de los moros. Siguiendo otros se acomodaron en un cubo de la muralla, que durante siglos se han llamado de Álvaro Colodro, y donde encontraron cuatro moros dormidos Y que despertando al ruido preguntaron:“¿Qué gente?. A lo que respondieron que eran sobreguardas que rondaban. Pero uno de los moros que allí estaban, conociendo la voz de Colodro, le dijo al oído: -“Yo soy de los que sabes y conoces, matad esos que yo os ayudaré”. Así lo hicieron los que habían subido y, embistiendo a los tres moros y echándoles de la torre abajo fueron buenas las señas y aviso para los que esperaban, porque reconocidos por enemigos los arrojados y que los de arriba callaban, subieron con tranquilidad y silencio los demás.
Así ganaron los segovianos, antes de que amaneciese, los adarves y torres hasta la puerta de Martos y la Axarquía, que mantuvieron con mucho valor a pesar del “furioso embiste“ de los enemigos que acudieron en tropel ante la alarma extendida. Los de Domingo Muñoz aguantaron hasta que fueron socorridos por Álvar Pérez de Castro, que llegaba desde Martos respondiendo lealmente a la llamada. Y por el Rey que, en Úbeda, recibió aviso y partió luego con sus huestes en auxilio de Domingo Muñoz y los segovianos que con él habían escalado las murallas de Córdoba. Después de muchos combates y debates sobre cómo hacerlo, entregaron los moros la hermosa ciudad el día 29 de junio fiesta de San Pedro y San Pablo.
Domingo Muñoz, conocido como “El Adaliz” también peleó en la conquista de Sevilla, murió en edad muy avanzada y fue sepultado en la iglesia Mayor de Córdoba.
Tuvieron -siguen diciendo las crónicas- Domingo Muñoz y su mujer Doña Gila un hijo de su mismo nombre que siguiendo, desde su primera edad, los pasos y orden de Santo Domingo murió con muestra de santo. Otra hija del matrimonio casó con Fernán Núñez de Temes, sobrino que era de Don Alvar Pérez de Castro. En este matrimonio se originan los marqueses de Pliego, condes de Cabra, marqueses de Comares, condes de Alcaudete y duques de Sesa, encarnando todos ellos la más antigua nobleza de las tierras cordobesas, enlazada desde su origen en abolengo segoviano de la mejor probanza.
