El protector de los corredores caídos

Álvaro Muñoz, militar de Carbonero, alcanza fama por auxiliar en los encierros de Ciudad Rodrigo a quienes caen ante el toro

Álvaro Muñoz tiene sangre torera. Lo sabe y no lo oculta. Su familia, propietaria de ganado bravo, le inculcó amor al toro. Y él, siempre que se lo permiten su trabajo —es militar de la UME— y su familia, acude a festejos taurinos. Dice que sus preferidos son “los no muy conocidos”, pues en ellos “es donde más se puede disfrutar del toro”.

Los últimos días ha estado en el famoso Carnaval de Ciudad Rodrigo, donde este carbonerense de 28 años es ya un personaje. Hay quién le llama, y con razón, “el protector de los corredores caídos”. Cuando uno besa el suelo y un toro se ceba con él, aparece Muñoz. Él siempre está al quite. “No lo pienso; me sale de dentro, del corazón; yo me tiro y…”, relata. Aunque dice que no tiene una táctica especial para enfrentarse al animal, lo cierto es que, por su experiencia, ya sabe —más o menos— cómo hay que obrar.

Se agarra con fuerza a su rabo. En el argot taurino esa maniobra es conocida con el nombre de colear. “Se intenta mover el culo al animal, incomodarle, para que se mueva, intente darse la vuelta y deje de embestir al accidentado”, explica. Muñoz asegura que, sabiendo actuar, “es casi imposible que el animal te alcance”.

Este año, Muñoz ha tenido en Ciudad Rodrigo lo que, como buen militar, denomina “una intervención”, ampliamente divulgada por los medios de comunicación. No es la primera, ni tampoco la segunda. La primera vez que fue al Carnaval mirobrigense fue en 2009. “Me enamoré del pueblo, por el buen ambiente y el respeto que hay a los toros”, recuerda. Ese mismo año, en un interminable encierro a caballo, ya le tocó intervenir. Un astado cogió a un hombre de mediana edad y le dio una tremenda paliza. Enrique Crespo, el doctor de la plaza de Ciudad Rodrigo, ha dicho en alguna ocasión que aquellas fueron las cornadas más graves que ha visto en su vida. Aquel fue su bautizo como ‘ángel’ de los encierros mirobrigenses.

En 2015, una intervención suya resultó crucial para un americano que, en un craso error, quiso levantarse del suelo en el momento menos oportuno, siendo arrollado por un animal que le asestó dos cornadas. Y, en 2016, le tocó auxiliar a otro corredor, en la zona de El Registro.

Muñoz, que no persigue medallas por su labor —“el mejor reconocimiento que puedo recibir es saber que la gente a la que he ayudado está bien”, dice—, sí quiere, ahora que todo el mundo habla de él, honrar a las dos personas que más le han enseñado a tratar a los toros, sus primos Carlos y Felipe Muñoz. “He intentado coger lo mejor de cada uno de mis dos maestros”, dice. Del “loco” Carlos, “a quitarme el miedo y sus trucos”. De Felipe, su “sensatez” para colocarse ante un astado.

“No, yo no salvo a nadie, quienes salvan la vida son los cirujanos”, aclara Muñoz, para el que sus intervenciones en los festejos taurinos consisten en “intentar que los accidentes

sean lo más leve posible”.